había una vez, en un reino lejano, un joven al que todos
conocían como Martín, el caballero valiente. Por eso mismo, el rey Elviran que era quien gobernaba ese pueblo, le encargó una misión muy especial: debía rescatar a su hija, la princesa Alerana. Ella era niña muy inquieta, que siempre que podía, se escapaba de la vista de sus padres. Pero esta vez, había sido capturada por los “Toles” mientras daba un paseo por las afueras del reino. Los Toles, eran unas traviesas y malignas criaturas que siempre daban trabajo en los límites del reino, aunque nunca habían hecho nada semejante. Estos malvados escondieron a la princesa en un viejo castillo más allá del Bosque Encantado. El pueblo en donde vivía el caballero, era el más cercano al bosque y Martín conocía muy bien el lugar, aunque no dejaba de ser también, un lugar muy peligros. Finalmente, el día de la misión había llegado y el caballero Martín tenía que empezar a prepararse.
Primero, se lavó los dientes muy bien, porque no se puede rescatar a una princesa con mal aliento, al menos así le dijo su papá. Desayunó una jarra de leche tibia y comió algunas galletas de colores, esas que tanto le gustaban y que su mamá le preparaba en los días especiales. Luego afiló su brillante y larga espada, se puso la armadura, se colgó el escudo, pero con mucho cuidado, ya que recién lo había terminado de pintar su papá. En el establo, lo esperaba su gran amigo y caballo, Fronir, al que habían peinado y le habían colocado nuevas herraduras.
Así, el valiente caballero saludó a su mamá y su papá y se alejó a todo galope.
El camino era muy largo, entonces, cuando estaban cansados, paraban, bebían agua y comían algunas manzanas, que era la comida preferida de Fronir. Luego, seguían adelante hasta que, por fin a la mañana siguiente, llegaron a la entrada al bosque.
Su papá le había dicho que debía andar con mucho cuidado, siempre en guardia, ya que no se sabía con qué sorpresa se podría encontrar… por algo lo llamaban el bosque encantado.
Cuando estaban andando dentro del bosque, de repente, Fronir no quería seguir más adelante. Martín probó con una manzana, pero no había caso: el caballo no quería continuar. El caballero no notaba nada extraño, pero luego de un rato, escuchó unas pisadas a lo lejos. El ruido se fue haciendo más y más fuerte y una gran figura se acercaba…
¿Podría ser, que eso que estaba viendo, escondido detrás de un árbol, eso que se acercaba fuese… UN GIGANTE?
Si, y era enorme. Tenía un gran garrote hecho de madera de árbol que llevaba arrastrando de su gigantesca mano. Sobre la panza, tenía unos dibujos negros, como rayas con triángulos y otras formas. De su boca, asomaban unos colmillos amarillentos, pero lo más raro eran sus ojos,bueno, en realidad su ojo… ¡porque tenía solo uno!
- ¿Quién anda ahí? ¿Quién se atreve a molestarme? Preguntó el gigante con voz gruesa y alargada. Martín, supo que si quería seguir adelante, debía salir y hacer frente al peligro.
– Aquí estoy, mi nombre es Martín, el caballero valiente. Dijo con un poco de temor.
- ¿Y por qué te escondes? Tienes miedo de que te ataque?, le respondió el gigante.
- No! No tengo miedo que me ataques. El Rey Elviran me ha encargado la misión de rescatar a su hija, que está encerrada en castillo abandonado que queda atravesando este bosque. ¡Y para llegar, debo pasar por aquí!- El gigante miró al joven caballero con su único ojo muy abierto y supo que decía la verdad.
- Mi nombre es Unojo, y hasta ahora, nunca nadie se había animado a hablarme, todos huyen corriendo cada vez que les hablo! Es muy triste que me vean como un monstruo grande y feo- se quejó el gigante mientras se sentaba en un viejo tronco de árbol.
-Pero tú no eres feo, solo que eres grande, tienes un solo ojo, llevas un garrote enorme… bueno, quizás asustas un poco, pero a mí no- dijo Martín más tranquilo.
- ¿De veras no te asustas? ¿Ni un poco? - preguntó el gigante.
-No, para nada- dijo Martín.
- ¿Y tú… le tienes miedo a las serpientes? - Le preguntó cubriéndose con la mano su enorme boca.
- Claro que no. En mi pueblo soy el encargado de cazar serpientes. Luego se las llevo a mi papá que las cocina y las comemos ¡son muy ricas!
El gigante le empezó a hacerle gestos para que se calle y le dijo: - No! La serpiente de la que yo te hablo ¡es enorme! - Le dijo con una cara de susto tremendo. Martín no podía creer que Unojo le tuviera miedo a una serpiente… aunque si dijo que era enorme… y él era un gigante… ¡Entonces debería ser muy grande de verdad!
- Yo puedo dejarte pasar, caballero Martín, pero solo si me prometes que acabarás con la serpiente blanca del pantano. Me roba la comida y me ataca por las noches, además ¡siempre trata de comerme! - le suplico Unojo.
Martín se quedó pensando un rato, pero confiando en que sabía cómo atacar a las serpientes, le dijo: - Muy bien, yo derrotaré a la serpiente y tú me dejarás pasar… ¿es un trato?-
-Hecho!- Le contestó el gigante muy contento. –Debes seguir el camino que va hacia allá, entonces, encontrarás un enorme pantano, allí, es donde vive la serpiente- entonces, Martín sacó a Fronir de donde estaba escondido, lo montó y se dirigió en la dirección que le había indicado Unojo. Mientras se alejaba, el gigante lo saludaba con el garrote en alto. En tanto avanzaba en el camino, el joven caballero se quedó pensando…-Si un gigante le tiene miedo a una gran serpiente… ¿Cómo haré para derrotarla? – pronto lo averiguaría.
De acuerdo a las indicaciones del gigante, ya estaba cerca de la morada de la gran víbora. De golpe, algo hizo que se detuviera: escuchó una voz gruesa y gruñona quejándose a lo lejos, entonces el caballero desmontó con la espada en una mano y el escudo en la otra. Se escondió detrás de unas rocas enormes con forma de huevo que lo ocultaban muy bien. Allí, en la orilla de un gigantesco pantano, había alguien que estaba protestándole a alguien. Esa criatura… ¡era un enano!
Ilustración: Kim Dong Hyuk
Sus padres, le habían contado sobre enanos en los cuentos que le leían antes de dormir, pero, se creían que no existían. Ahora Martín, tenía uno a solo unos metros de distancia. Llevaba un gran casco con cuernos, pelo y barba blanca y estaba vestido con pieles y partes de armadura. Sus brazos eran muy fuertes y sus piernas, aunque cortas, eran muy veloces.
-Vamos, ¡devuélvemela! - gritaba el enano mientras arrojaba una piedra al pantano. Bajo el lodo, se podía ver que algo se movía ¡se trataba de la serpiente que Unojo le había pedido que venciera!.
Martín se dio cuenta de que debía ayudar al enano con su problema, a lo mejor quizás el pudiera ayudarlo también, de todas formas, parecía los dos estaban allí para lo mismo… o algo parecido.
-Oye, necesitas ayuda?- Preguntó el caballero saliendo de detrás de las rocas.
-¿Quién eres? ¿Y Por qué crees que necesito tu ayuda? -. Dijo el enano. – Porque veo que te ha quitado algo que necesitas, yo también estoy aquí para cazar a la criatura del pantano… por cierto, ¿Cómo te llamas? - le respondió Martín.
- Mi nombre es Mapin, guerrero del Reino Enano que se encuentra bajo las montañas grises. ¿Y el tuyo caballero? - dijo el enano apoyándole el hacha en el pecho.
– Mi nombre es Martín, el caballero más valiente del pueblo que está más allá de este bosque… pero, un momento, las montañas grises están muy lejos, ¿qué haces por aquí? - Preguntó el caballero con curiosidad.
El enano le dijo: - Mi reino me envió a este bosque para encontrar unas mágicas semillas que hay por aquí y que sirven para plantar árboles bajo la montaña en donde no hay luz del sol. Justo cuando ya había reunido muchas semillas en mi bolsa, paré a descansar aquí y salió esa enorme serpiente del lodo y se comió de un bocado mi bolsa con las semillas… ya no podré llevarlas al reino- dijo Mapin muy triste. A Martín se le ocurrió una idea para solucionar el problema que tenían, pero para eso, deberían trabajar juntos. El enano aceptó. El plan sería este: dejarían cerca de la orilla la bolsa con manzanas que el caballero tenía para Fronir; cuando la serpiente saliera a comerlas, Mapin saltaría gritando desde un lado hacia la serpiente con el hacha, mientras tanto Martín, aparecería del otro lado para atacarla mientras estuviera distraída con el enano. Entonces el enano podría recuperar su preciada bolsa de semillas y Martín le podría decir al gigante que la víbora al gigante no lo molestaría más, para así poder cruzar el bosque y rescatar a la princesa.
Lentamente, colocaron la bolsa de manzanas cerca del pantano y se alejaron muy despacio, Martín para un lado y Mapin para el otro. Los dos miraban fijamente el gran pantano esperando que el olor de las manzanas atrajera a la Serpiente. Pasó un largo rato hasta que, por fin, de las profundidades del barro, emergió una gran cabeza blanca con escamas plateadas que brillaban con el sol del atardecer.
Se aproximó a la orilla donde se encontraban las frutas mientras se relamía pensando en lo ricas que estarían esas manzanas. Y justo cuando abría la boca para tragar el manjar, Martín le hizo la seña al enano de que era el momento para atacar. Mapin salto desde detrás de una roca, gritando y blandiendo su hacha, el caballero, hizo lo mismo con su espada y esto hizo que la serpiente se asustara mucho. Cuando se disponían a atacarla, la serpiente dijo: -Esssspera! ¡No me matessss! - Dijo con su voz áspera y seseante.
El caballero, sorprendido, le preguntó: - ¿Puedes hablar? - El enano se desesperó y le gritó: - ¡No la escuches, solo quiere escaparse! -. Martin insistió: - ¿Qué tienes para decir serpiente? - preguntó el caballero. La serpiente se dio cuenta que estaba derrotada. – Ssolo trato de alimentarme, aquí en el pantano ya no quedan mosscass, ni mossquitoss ni pájaros, ¡algo debo comer! - protesto la víbora con cara de pobrecita. Mapin no estaba para nada contento: - Entonces, si solo tienes hambre, ¿por qué te has robado las semillas del árbol que tenía aquí en una bolsa? ¿Acaso comes semillas también? - le preguntó el enano muy ofendido. La serpiente se acomodó un poco y le respondió: - No, no como ssemillass enano... Pero tú las tomasstess sin permisso y son ssemillass magicass, como protectora de este bosque, no puedo dejar que te lass llevess- le respondió la serpiente.
Mapin estaba por partirle el cuello de un hachazo, pero Martín lo frenó y dijo: - Oigan, ¡ya basta! Serpiente, necesitamos esas semillas y también que dejes de molestar al gigante robándole la comida o tratando de comerlo a él, solo así te perdonaremos la vida.
La serpiente pensó un momento y les dijo: - Está bien, puedo devolverless lass ssemillass y dejaré de molesstar al gigante, pero con una condición… el gigante tiene que traerme unas manzzanass todos los díass, porque la razón de que no haya comida ¡es porque él se ha comido todo! -
El enano muy ofendido quiso protestar, pero el caballero lo detuvo y le dijo: - Es justo lo que nos propone, su vida y alimento a cambio de las semillas, mientras, el gigante podrá estar tranquilo, pero le tendrá que traer la comida… Está bien serpiente, te perdonamos la vida, pero, deberás cumplir con tu palabra o yo mismo vendré a buscarte, pero sin manzanas- le dijo el caballero a la gran víbora. El enano no estaba muy de acuerdo con el trato, pero él al menos, había recuperado sus semillas. Ahora el caballero debía convencer al gigante de llevarle comida a la serpiente, algo que no sería fácil, pero esperaba que aceptara. Martín empezó a cabalgar nuevamente hacia donde estaba Unojo y se dio cuenta que el enano iba con él.
- ¿Y tú, no tienes que regresar a tu reino? - le preguntó el caballero sorprendido. El enano lo miró desde arriba de su pony y le dijo: - Tú me has ayudado con mis semillas, lo menos que puedo hacer es acompañarte hasta lo del gigante- contestó agradecido, pero no había terminado de hablar- Lo que no entiendo es que, si eres el caballero más valiente de estas tierras, ¿porque no le has cortado la cabeza a la víbora cuando tuviste la oportunidad? Martín sonrió ante las palabras de Mapin y le dijo: - Mis padres me han contado mucho acerca de este bosque, de los peligros y criaturas que viven en él. Yo no creía que los gigantes y los enanos existieran, pero aquí estamos, yo hablando con un enano guerrero del reino de Alin y estamos llevándole un mensaje de una serpiente que habla, a un gigante… Por otra parte – siguió Martín - no se puede atacar por atacar cuando aún quedan palabras por decir- Y así continuaron hasta que llego el atardecer y pasaron la noche acampando en el bosque, charlando y riendo hasta muy tarde. Al amanecer, retomaron el sendero que los conduciría hasta donde moraba el gigante. Cuando estaban llegando al lugar donde el caballero lo había visto por primera vez, el los sorprendió saliendo de detrás un árbol y ansioso le preguntó:
- ¿Dónde está la cabeza de la Serpiente? – luego se percató de la presencia del compañero del caballero y cuestionó- ¿Y quién es él?-
Martín primero le presentó a su amigo, el enano Mapin y ellos se saludaron de lejos (los enanos y los gigantes no se llevaban bien desde hacía mucho tiempo). Luego, le contó lo sucedido y Unojo primero se enojó, luego pensó, se volvió a enojar y finalmente se calmó.
- ¿Entonces quieres decirme que, si le llevo manzanas todos los días, esa malvada Serpiente dejará de molestarme? - le consultó sorprendido Unojo. – Si, ella ha prometido no molestarte más. Al igual que tú, protege este bosque, pero necesita comer, por eso te robaba. Ahora, Unojo, necesito que me dejes cruzar tus tierras para poder rescatar a la princesa Alerana-. El gigante primero le agradeció por lo que había hecho y le dijo: - Caballero Martin, no solo eres tan valiente como habías dicho, si no también muy noble; por favor, permíteme acompañarte en un tramo de tu viaje, veras que te seré muy útil. - concluyó el gigante. Martín se sintió muy contento por los nuevos amigos que había hecho y también Mapin insistió en acompañarlo, diciendo que nadie es más fuerte y valiente que un enano guerrero de Alin. Así, partieron juntos por las tierras del bosque rumbo al castillo abandonado.
Habían llegado a mitad de camino cuando unos Toles de mediana estatura, armados con espadas, arcos y flechas, los atacaron. Los tres amigos se defendieron con sus armas y ayudándose unos con otros. Los Toles al ver que no podían ganar el combate, huyeron rápidamente hacia la parte más oscura del bosque. Cuando cayó la noche, luego de comer carne y cebollas asadas, el enano y el gigante empezaron a discutir de cómo se iban a turnar para hacer las guardias. Martín intentó levantarse para hablarles, pero de repente, sintió un gran dolor en su pierna; se sacó la armadura que cubría la zona y vió que tenía un pequeño tajo. El gigante enseguida dijo: - Martín! Te ha tocado una flecha roja de los Toles, ¡debemos curar la herida cuanto antes! Dicen que puedes volverte loco si lo curas a tiempo- Mapin le pidió que no asustara al muchacho, pero Unojo meneando la cabeza de un lado a otro les dijo: - No no no, debemos encontrar una planta que crece aquí en el bosque, la rosamora, que es mágica. Con ella, puedo preparar el remedio- El caballero pensó un instante y le dijo: - Confío en ti, Unojo. El enano y el gigante se dieron cuenta de que era el momento de dejar las diferencias de lado para ayudar a su amigo y fueron a buscar la planta de inmediato. En unos momentos, Mapin y Unojo volvieron y el gigante traía en su manota unas pequeñas flores bordó. El enano ayudó a preparar el remedio y cuando estuvo listo, se lo dieron de tomar a Martín, que, aunque con mucha cara de asco, lo tomó todo. En unos instantes, la herida dejó de dolerle y luego de un rato, desapareció por completo. El caballero le agradeció al gigante por no sentir más el dolor y estar curado. Unojo le respondió: - No me agradezcas solo a mí, sin Mapin hubiese sido imposible- El enano dejó por un rato su cara enojada y, acercándose, estrecho la mano de Unojo. Martín les volvió a agradecer muy contento, y cada uno completó las guardias que les correspondían para que todos pudieron descansar.
Al día siguiente, se adentraron en una parte del bosque conocida como el páramo de los sauces plateados, ya que cuando el sol iluminaba sus hojas, estas parecían de plata. Más adelante, se podía ver que el camino giraba a la derecha. Martín, ordenó que se detuvieran y le pidió a Mapin que se adelantara para investigar qué era lo que había más adelante. Al rato, el enano volvió apurado haciendo gestos con la mano y tratando de hablar:
- Allí… en el bosque… unas patas… un arco… -El gigante miraba a Mapin tratando de adivinar que quería decir: - ¿Unas patas? ¿Un arco? ¿Un Bosque? Es la adivinanza más rara que he escuchado-. El enano se tomó la cabeza y luego de recuperar el aliento dijo: - Es… ¡un centauro!
Ilustración: Vance Kovaks
¿Un
centauro? Si y era tal como lo imaginaba: una criatura mitad caballo mitad
hombre, armada con un gran arco de madera curvo y un carcaj lleno de flechas
que colgaba de su espalda. Aún estaban discutiendo que hacer, cuando la criatura sacó una
flecha de su carcaj, tensó el arco, apuntó hacia el cielo disparó su flecha y
descubriéndolos con la mirada les dijo: - Salid de vuestro escondite, no voy a
haceros daño, salvo que sus intenciones sean malas conmigo- Luego de mirarse
entre ellos y comprendiendo que no tenían otra alternativa, salieron de detrás de
unos arbustos y se fueron presentando ante el centauro. Luego de los saludos,
Martín dijo: - Aún no nos has dicho tu nombre… En ese preciso instante, la
flecha que había lanzado un rato antes, cayó desde el cielo delante de ellos,
acompañada por una cola de luces centelleantes y se hizo pedazos al impactar
con el suelo. Al cabo de un momento, pudieron ver en la tierra lo que la flecha
había hecho: en su golpe, dejo marcado en la tierra unas letras en las que se
dejaba leer: TANDER.
- Ese es mi nombre, Tander, protector del páramo de los sauces plateados- Los amigos quedaron maravillados por la presentación. El centauro prosiguió: - Y lamento deciros, que no puedo dejar que paséis por aquí- Cuando Mapin se iba a adelantar a protestar, Martín lo detuvo poniéndole una mano en el hombro y dijo: - Tander, necesito atravesar tu páramo. El rey me ha encomendado una misión: debo rescatar a la princesa Alerana, su hija, quien fue raptada por unos malvados Toles, que la escondieron en el castillo abandonado que está en las afueras de este bosque.
El centauro entendió que la misión era real y el apuro grande, pero, de todas formas, no podía permitir que todos pasaran por allí, era algo que al protector del bosque no le gustaría. Entonces a Tander se le ocurrió una idea: solo dejaría atravesar el bosque a aquel que pudiera disparar una flecha tanto o más lejos que él, solo quien lograra esto, podría continuar el camino. Los tres amigos aceptaron el reto. El centauro tomó una flecha, tensó su arco y disparó, tan pero tan lejos que casi no podían ver donde había caído. Mapin, no era un enano diestro con el arco, pidió entonces poder lanzar su hacha doble.
El centauro estuvo de acuerdo, pero el hacha era muy pesada y solo alcanzó una corta distancia desde donde el enano la había lanzado. Luego fue el turno de Unojo, quien prefirió lanzar una piedra antes que tirar con el arco, puesto que no había uno de su tamaño. Tander también aceptó este cambio en las reglas.
Entonces, el gigante tomo una roca que se ajustaba a su mano perfectamente, tomo aire y después unos pasos para impulsarse, lanzó la piedra acompañándola con un grito que hizo volar asustadas a todas las aves del bosque. Pero, la piedra solo había logrado llegar hasta la mitad de lejos de lo que había alcanzado la flecha de Tander.
Por fin, llegó el turno del caballero. Por suerte para Martín, había un arco de su tamaño, aunque el arco nunca había sido su arma favorita, practicaba desde que era niño y confió en sus posibilidades. Primero, eligió con cuidado la flecha y preparó el arco. Martín acomodó la flecha, tensó la cuerda. Cuando estuvo seguro de que el tiro estaba en buena dirección, levantó el arco, como si fuera a disparar al cielo y soltó la flecha. Dejando un silbido en el aire, la flecha atravesó el azul profundo del cielo y se lanzó en picada a la tierra, mucho más lejos que los proyectiles tirados por sus amigos, aunque no tanto como la flecha del centauro.
Todos corrieron para ver que tan lejos había llegado la flecha de Martin y grande fue su tristeza cuando descubrieron que había quedado varios metros detrás de la flecha de Tander. - Veo que no llegasteis lo suficientemente lejos como para considerar que me habéis vencido o igualado en esta prueba… sin embargo, sois el guerrero que más lejos a podido llegar, con lo cual, habéis ganado: podrás pasar por mi paramo para rescatar a la princesa- concluyó Tander. Mapin y Unojo felicitaron a Martin, aunque se apenaron dado que no podrían continuar el camino junto a su amigo.
Igual, el caballero no pudo evitar sentir algo de miedo y quiso hablarle a Venya. Pero la elfa, ya estaba junto al Dragón y mientras acariciaba una de sus patas, murmuraba unas palabras… Entonces, el dragón abrió los ojos lentamente. Martín casi se larga a correr lo más rápido posible, pero no fue capaz de moverse de allí. Mientras se despertaba, el dragón iba parándose lentamente y todas sus escamas brillaban a la luz del sol.
Miró fijamente a Martín con sus brillantes ojos amarillentos y habló con una voz grave y profunda: - Bienvenido, caballero Martín. Tengo entendido que tuviste muchas aventuras para poder llegar hasta aquí y que tienes una misión fuera de este bosque… ¿no es así? - Martín estaba con la boca abierta mirando sorprendido al dragón, quiso hablar como si nada, pero lo primero que salió de su boca, lo sorprendió: - Tengo miedo… - eso era todo lo que había podido decir. El dragón se reacomodó en el suelo y acercándose un poco a Martín, le dijo: - ¿Y por qué no habrías de tenerlo? Le pregunto el dragón. El caballero con un poco de vergüenza le contestó: - Siempre he soñado con conocer un dragón de verdad, pero ahora que estoy frente a ti, tengo un poco de miedo y eso no puede ser, me conocen como Martín, el caballero valiente… y ahora lo que no tengo es valentía- dijo apenado. El dragón estiro su largo cuello y su cola espinada, dio una media vuelta y dirigiéndose al caballero le dijo: - No es posible que seas valiente si no sientes miedo… ¿crees que todos los que dicen que nunca tienen miedo, realmente es así? Esos no son verdaderos valientes, porque solo cuando sientes miedo, es el momento de tener el coraje para enfrentarlo. Tú, no te has desmayado ni echado a correr, tienes miedo, pero sigues aquí… eso, es ser valiente- concluyo el dragón. Martín entendió lo que significaba la valentía: no se trataba de ganar batallas a rivales, de rescatar princesas o pelear contra enemigos, se trataba de tener coraje cuando las cosas no salían como él quería, de querer superar las pruebas y desafíos que se le presentaran…. Con una sonrisa miró al Dragón esmeralda y le agradeció por sus palabras. La elfa Venya bajó del árbol donde estaba observándolos y le recordó al caballero que tenía algo que pedir. Sin perder un momento más, Martín le contó al Dragón cual era el motivo que lo había llevado hasta allí y que necesitaba atravesar el bosque de una vez para llegar al rescate de la princesa Alerana. Entonces el dragón le pidió al caballero que lo acompañase un momento y llegaron hasta la orilla de un hermoso lago. Allí, el dragón le dijo a Martín: - En el fondo de este lago, hay cinco llaves de color esmeralda, fueron hechas con mis propias escamas. Si quieres pasar al otro lado del bosque, deberás buscarlas y dármelas- concluyó. El caballero le preguntó si eso iba a ayudarlo en su misión, a lo que el dragón no le contestó y con un gesto, lo invitó a que se zambullera al lago.
Entonces Martín se sacó la armadura y sin pensarlo dos veces, se sumergió al agua. Para su sorpresa, estaba tibia y era transparente, con lo cual, no le impedía ver a través de ella y rápidamente encontró las cinco llaves.
Cuando llegó al gran muro verde, bajo del caballo y del bolso, saco la gran llave que el dragón había hecho con su fuego y la acercó a la pared verde. Allí donde la apoyó, se formó una especie de cerradura brillosa y fue allí donde el caballero puso la llave con las dos manos.
Y haciendo un medio giro, vio como un gran bloque de muro que se abrió y la llave, cumpliendo con su trabajo, se desvaneció en el aire… solo quedo de ella la piedra que el caballero se guardó. Martín pasó al otro lado y cuando termino de atravesarla, la puerta se cerró detrás de él suavemente… por fin, estaba del otro lado del bosque.
Apenas había hecho unos pasos, cuando a lo lejos vio dos sombras: una enorme y otra muy pequeña, cuando estuvieron lo suficientemente cerca, los reconoció: - ¡Amigos! ¡Qué gusto volver a verlos! – dijo el caballero al darse cuenta que las sombras, no eran ni más ni menos que Unojo y Mapin. – ¿Creías que te íbamos a dejar solo? Necesitarás nuestra ayuda para rescatar a la princesa- exclamó el enano. – Hemos corrido demasiado para alcanzarte, estoy muy cansado- dijo el gigante con la lengua afuera. Martín sonrió y les dijo: - Amigos, si me han venido a ayudar en la última parte de la misión, debemos seguir ya mismo el camino hacia el castillo- concluyó el caballero. Unojo y Mapin se miraron y asintieron con la cabeza y así, los tres juntos nuevamente, emprendieron el último tramo del camino hacia el rescate de la princesa. A lo lejos, divisaron el puente colgante de la entrada del castillo. Entusiasmados, apuraron el paso y al cabo de un instante ya se encontraban a las puertas de la fortaleza abandonada. Luego de entrar y revisar el castillo de punta a punta durante un largo rato, Martín y sus compañeros se quedaron muy sorprendidos, ya que no habían encontrado nada de nada… ¿Qué era lo que había pasado allí?
Todo estaba saliendo muy mal: primero había tardado mucho en llegar al castillo abandonado, segundo, la princesa no estaba y tercero, su caballo había desaparecido… sus amigos trataron de consolarlo, pero el caballero estaba desesperado. Pero, recordando las palabras del Dragón, Martin sintió que era el momento de enfrentar sus miedos y esta vez, su miedo, no tenía la forma de un enemigo en la batalla ni de una gran serpiente… el miedo era no poder cumplir la misión que le habían encomendado. Por eso, era el momento de ser valiente y siguió adelante. Sus compañeros le siguieron el paso, dispuestos a no dejarlo solo en ese momento.
– Martín, hemos pasado muchas aventuras… sé que quizás no somos los mejores
guerreros del mundo, pero queremos estar contigo – dijo el gigante, Mapin solo
movió la cabeza como estando de acuerdo. - Ese es mi nombre, Tander, protector del páramo de los sauces plateados- Los amigos quedaron maravillados por la presentación. El centauro prosiguió: - Y lamento deciros, que no puedo dejar que paséis por aquí- Cuando Mapin se iba a adelantar a protestar, Martín lo detuvo poniéndole una mano en el hombro y dijo: - Tander, necesito atravesar tu páramo. El rey me ha encomendado una misión: debo rescatar a la princesa Alerana, su hija, quien fue raptada por unos malvados Toles, que la escondieron en el castillo abandonado que está en las afueras de este bosque.
El centauro entendió que la misión era real y el apuro grande, pero, de todas formas, no podía permitir que todos pasaran por allí, era algo que al protector del bosque no le gustaría. Entonces a Tander se le ocurrió una idea: solo dejaría atravesar el bosque a aquel que pudiera disparar una flecha tanto o más lejos que él, solo quien lograra esto, podría continuar el camino. Los tres amigos aceptaron el reto. El centauro tomó una flecha, tensó su arco y disparó, tan pero tan lejos que casi no podían ver donde había caído. Mapin, no era un enano diestro con el arco, pidió entonces poder lanzar su hacha doble.
El centauro estuvo de acuerdo, pero el hacha era muy pesada y solo alcanzó una corta distancia desde donde el enano la había lanzado. Luego fue el turno de Unojo, quien prefirió lanzar una piedra antes que tirar con el arco, puesto que no había uno de su tamaño. Tander también aceptó este cambio en las reglas.
Entonces, el gigante tomo una roca que se ajustaba a su mano perfectamente, tomo aire y después unos pasos para impulsarse, lanzó la piedra acompañándola con un grito que hizo volar asustadas a todas las aves del bosque. Pero, la piedra solo había logrado llegar hasta la mitad de lejos de lo que había alcanzado la flecha de Tander.
Por fin, llegó el turno del caballero. Por suerte para Martín, había un arco de su tamaño, aunque el arco nunca había sido su arma favorita, practicaba desde que era niño y confió en sus posibilidades. Primero, eligió con cuidado la flecha y preparó el arco. Martín acomodó la flecha, tensó la cuerda. Cuando estuvo seguro de que el tiro estaba en buena dirección, levantó el arco, como si fuera a disparar al cielo y soltó la flecha. Dejando un silbido en el aire, la flecha atravesó el azul profundo del cielo y se lanzó en picada a la tierra, mucho más lejos que los proyectiles tirados por sus amigos, aunque no tanto como la flecha del centauro.
Todos corrieron para ver que tan lejos había llegado la flecha de Martin y grande fue su tristeza cuando descubrieron que había quedado varios metros detrás de la flecha de Tander. - Veo que no llegasteis lo suficientemente lejos como para considerar que me habéis vencido o igualado en esta prueba… sin embargo, sois el guerrero que más lejos a podido llegar, con lo cual, habéis ganado: podrás pasar por mi paramo para rescatar a la princesa- concluyó Tander. Mapin y Unojo felicitaron a Martin, aunque se apenaron dado que no podrían continuar el camino junto a su amigo.
El caballero sonrió: - Amigos míos, tan solo prométanme que no pelearan en
cuanto yo me haya ido de aquí- dijo el caballero mientras les daba el saludo de
los guerreros. Silbó para llamar a Fronir, cuando llegó, montó rápidamente y
saludo a sus amigos por última vez y se alejó a lo profundo del bosque.
En tanto que el gigante y el enano se quedaron mirando al caballero mientras se marchaba. – ¿Tú de verdad piensas en dejarlo ir solo Mapin? - le preguntó el gigante al enano. – Creo que no conoces lo testarudos que somos los enanos, mi querido amigo, claro que no lo dejaremos solo y tu vendrás conmigo- Saludaron al centauro y se echaron a correr lo más rápido que pudieron por las afueras del páramo.
Mientras tanto Martín, seguía cabalgando por el bosque buscando el sendero de salida, pero grande fue su sorpresa cuando lo único que encontró al final del camino fue un gran muro verde: era como si la misma tierra cubierta de pasto se hubiera levantado formando una gran pared. Buscó y buscó una forma de atravesarlo, pero no encontraba ningún hueco, ningún hoyo, ningún agujero que se lo permitiera. Se sintió muy apenado, por haber llegado al final del bosque y no poder de cruzarlo… y la princesa esperaba. De repente, sintió un ruido entre los árboles, como si el viento soplara entre las ramas, pero lo raro es que no había ni la más ligera ventisca. Alerta, miró hacia arriba y en todas las direcciones posibles, pero no lograba
distinguir nada.
- Alto! - dijo una voz. –Quien eres y que haces en los límites de este Bosque? - preguntó la voz. Martín se dio la
vuelta lentamente con su caballo y si algo le faltaba ver al caballero en esta aventura, era… ¡una elfa de bosque!
Pero no era una elfa pequeña como las que cuentan las historias, esta tenía el tamaño mucho más parecido al de los humanos. Estaba vestida de verde y tenía el pelo rojo como el fuego y unas orejas muy puntiagudas. Además, en sus manos, tenía un arco con una flecha apuntando directamente al caballero. Este levantó despacio las manos y dijo – Hola, soy Martín, el caballero valiente. Estoy en una misión muy especial y necesito atravesar este bosque lo antes posible así que te pido por favor que... -. La elfa lo interrumpió y sin dejar de apuntarle, le dijo: - Es raro que un simple caballero como
tú ha llegado solo hasta aquí… ¿cómo lo has hecho? Martin le contó brevemente, todas las aventuras que había tenido hasta llegar al límite del bosque y lo más importante, la razón por la cual debía atravesar el bosque… la princesa aún aguardaba que la rescatasen, o al
menos, eso esperaba el caballero. La elfa por fin bajo el arco y le dijo: - Mi
nombre es Venya, ayudante del protector del Valle Esmeralda. Él es quien
decidirá si pasas o no-. Al escuchar eso, Martin se preguntó… ¿Un Protector?
¿Quién sería? Inquieto, le dijo a la elfa: - … mira Venya, estoy muy apurado y necesitaría
lo antes posible pasar al otro lado de este muro-. Venya lo miró y sonriendo le
dijo: - Solo él puede darte la llave para salir de este bosque. Ahora por
favor, baja del caballo que voy a vendarte los ojos y te guiaré hasta claro
donde el protector se encuentra- El caballero lo pensó un instante y entendió
que no tenía otra opción. Así, la elfa le vendó los ojos del caballero de forma
que no podía ver nada más que una oscuridad verdosa, y, tomándolo de la mano,
comenzaron a andar.
La mano de Venya lo sostenía firme y lo apretaba más fuerte en los lugares
donde había obstáculos. Luego de un rato de caminata, la elfa anunció: - Hemos
llegado- dijo Venya. A Martín se le paró el corazón de la emoción y, por qué
no, de un poco de miedo también, pues nunca había imaginado eso que estaba
viendo: Delante de ellos, enroscado en sí mismo, un enorme Dragón alado estaba
durmiendo. Tenía un color verde fuerte y brillante en sus escamas, aunque
también se podían ver muchas otras de colores brillantes, sobre todo en la
parte del cuello y la cola. Su cabeza estaba adornada por cuatro cuernos,
también ellos de un color verdoso. Ver a un dragón, era sin duda uno de los
sueños más hermosos que había tenido Martín… ¡jamás se hubiera imaginado que
iba a conocer uno de verdad! ¡Era hermoso! En tanto que el gigante y el enano se quedaron mirando al caballero mientras se marchaba. – ¿Tú de verdad piensas en dejarlo ir solo Mapin? - le preguntó el gigante al enano. – Creo que no conoces lo testarudos que somos los enanos, mi querido amigo, claro que no lo dejaremos solo y tu vendrás conmigo- Saludaron al centauro y se echaron a correr lo más rápido que pudieron por las afueras del páramo.
Mientras tanto Martín, seguía cabalgando por el bosque buscando el sendero de salida, pero grande fue su sorpresa cuando lo único que encontró al final del camino fue un gran muro verde: era como si la misma tierra cubierta de pasto se hubiera levantado formando una gran pared. Buscó y buscó una forma de atravesarlo, pero no encontraba ningún hueco, ningún hoyo, ningún agujero que se lo permitiera. Se sintió muy apenado, por haber llegado al final del bosque y no poder de cruzarlo… y la princesa esperaba. De repente, sintió un ruido entre los árboles, como si el viento soplara entre las ramas, pero lo raro es que no había ni la más ligera ventisca. Alerta, miró hacia arriba y en todas las direcciones posibles, pero no lograba
distinguir nada.
- Alto! - dijo una voz. –Quien eres y que haces en los límites de este Bosque? - preguntó la voz. Martín se dio la
vuelta lentamente con su caballo y si algo le faltaba ver al caballero en esta aventura, era… ¡una elfa de bosque!
Pero no era una elfa pequeña como las que cuentan las historias, esta tenía el tamaño mucho más parecido al de los humanos. Estaba vestida de verde y tenía el pelo rojo como el fuego y unas orejas muy puntiagudas. Además, en sus manos, tenía un arco con una flecha apuntando directamente al caballero. Este levantó despacio las manos y dijo – Hola, soy Martín, el caballero valiente. Estoy en una misión muy especial y necesito atravesar este bosque lo antes posible así que te pido por favor que... -. La elfa lo interrumpió y sin dejar de apuntarle, le dijo: - Es raro que un simple caballero como
tú ha llegado solo hasta aquí… ¿cómo lo has hecho? Martin le contó brevemente, todas las aventuras que había tenido hasta llegar al límite del bosque y lo más importante, la razón por la cual debía atravesar el bosque… la princesa aún aguardaba que la rescatasen, o
Igual, el caballero no pudo evitar sentir algo de miedo y quiso hablarle a Venya. Pero la elfa, ya estaba junto al Dragón y mientras acariciaba una de sus patas, murmuraba unas palabras… Entonces, el dragón abrió los ojos lentamente. Martín casi se larga a correr lo más rápido posible, pero no fue capaz de moverse de allí. Mientras se despertaba, el dragón iba parándose lentamente y todas sus escamas brillaban a la luz del sol.
Miró fijamente a Martín con sus brillantes ojos amarillentos y habló con una voz grave y profunda: - Bienvenido, caballero Martín. Tengo entendido que tuviste muchas aventuras para poder llegar hasta aquí y que tienes una misión fuera de este bosque… ¿no es así? - Martín estaba con la boca abierta mirando sorprendido al dragón, quiso hablar como si nada, pero lo primero que salió de su boca, lo sorprendió: - Tengo miedo… - eso era todo lo que había podido decir. El dragón se reacomodó en el suelo y acercándose un poco a Martín, le dijo: - ¿Y por qué no habrías de tenerlo? Le pregunto el dragón. El caballero con un poco de vergüenza le contestó: - Siempre he soñado con conocer un dragón de verdad, pero ahora que estoy frente a ti, tengo un poco de miedo y eso no puede ser, me conocen como Martín, el caballero valiente… y ahora lo que no tengo es valentía- dijo apenado. El dragón estiro su largo cuello y su cola espinada, dio una media vuelta y dirigiéndose al caballero le dijo: - No es posible que seas valiente si no sientes miedo… ¿crees que todos los que dicen que nunca tienen miedo, realmente es así? Esos no son verdaderos valientes, porque solo cuando sientes miedo, es el momento de tener el coraje para enfrentarlo. Tú, no te has desmayado ni echado a correr, tienes miedo, pero sigues aquí… eso, es ser valiente- concluyo el dragón. Martín entendió lo que significaba la valentía: no se trataba de ganar batallas a rivales, de rescatar princesas o pelear contra enemigos, se trataba de tener coraje cuando las cosas no salían como él quería, de querer superar las pruebas y desafíos que se le presentaran…. Con una sonrisa miró al Dragón esmeralda y le agradeció por sus palabras. La elfa Venya bajó del árbol donde estaba observándolos y le recordó al caballero que tenía algo que pedir. Sin perder un momento más, Martín le contó al Dragón cual era el motivo que lo había llevado hasta allí y que necesitaba atravesar el bosque de una vez para llegar al rescate de la princesa Alerana. Entonces el dragón le pidió al caballero que lo acompañase un momento y llegaron hasta la orilla de un hermoso lago. Allí, el dragón le dijo a Martín: - En el fondo de este lago, hay cinco llaves de color esmeralda, fueron hechas con mis propias escamas. Si quieres pasar al otro lado del bosque, deberás buscarlas y dármelas- concluyó. El caballero le preguntó si eso iba a ayudarlo en su misión, a lo que el dragón no le contestó y con un gesto, lo invitó a que se zambullera al lago.
Entonces Martín se sacó la armadura y sin pensarlo dos veces, se sumergió al agua. Para su sorpresa, estaba tibia y era transparente, con lo cual, no le impedía ver a través de ella y rápidamente encontró las cinco llaves.
Salió del agua, se secó a un costado y fue rápidamente a encontrarse con el
dragón. Cuando estuvo frente a él, puso las llaves en el piso y aguardó. El
dragón observó las llaves y le dijo algo a la elfa, quien se marchó y unos
instantes más tarde, reapareció trayendo cinco cofres de madera que dejó en la
tierra junto a las llaves. El dragón le pidió al caballero que por favor
abriera cada uno de los cofres y así lo hizo. Dentro de algunos cofres había
pedazos de piedra, en otros de metal, del mismo color de las escamas del
dragón, fuertes, brillantes, pero sin una forma definida, era como si fuesen
pedazos de algo más grande. Martín se comenzaba a preguntar qué significaba
aquello cuando el dragón le pidió que pusiera todas las piezas de los cofres
delante de él y se acercó a ellas. Venya, le tomó la mano al caballero y lo
invitó a dar unos pasos hacia atrás. El dragón se acomodó y miró fijamente los
trozos de piedra y abriendo su boca, exhaló una gran llamarada. Era tal el
brillo del aliento que el caballero y la elfa debieron cubrirse los ojos.
Cuando volvieron la vista, ya no había rastro de los cofres, en su lugar, se
encontraba una gran llave que tenía en su centro una hermosa
piedra verde.
Martín pensó que debía ser pesadísima por el tamaño que tenía, pero grande fue su sorpresa cuando se dio cuenta que podía levantarla con facilidad. Entonces el dragón le dijo: - He aquí la llave del bosque, caballero. Con ella
podrás atravesar el muro verde que
separa este bosque del castillo donde se encuentra la princesa. Pero atención,
una vez que hayas abierto el pasadizo, no podrás volver a pasar por allí,
puesto que la llave no la podrás usar de nuevo. Adiós caballero Martín, algún
día, volveremos a vernos- se despidió mientras con una garra de su pata, tocó
el hombro del caballero. Martín sintió pena por dejar el lugar, pero también estaba
feliz por haber conocido un dragón e incluso haber hablado con él, tomó sus
cosas, saludó a Venya, quien le había traído a Fronir y, a todo galope, partió
hacia el límite del bosque.Martín pensó que debía ser pesadísima por el tamaño que tenía, pero grande fue su sorpresa cuando se dio cuenta que podía levantarla con facilidad. Entonces el dragón le dijo: - He aquí la llave del bosque, caballero. Con ella
Cuando llegó al gran muro verde, bajo del caballo y del bolso, saco la gran llave que el dragón había hecho con su fuego y la acercó a la pared verde. Allí donde la apoyó, se formó una especie de cerradura brillosa y fue allí donde el caballero puso la llave con las dos manos.
Y haciendo un medio giro, vio como un gran bloque de muro que se abrió y la llave, cumpliendo con su trabajo, se desvaneció en el aire… solo quedo de ella la piedra que el caballero se guardó. Martín pasó al otro lado y cuando termino de atravesarla, la puerta se cerró detrás de él suavemente… por fin, estaba del otro lado del bosque.
Apenas había hecho unos pasos, cuando a lo lejos vio dos sombras: una enorme y otra muy pequeña, cuando estuvieron lo suficientemente cerca, los reconoció: - ¡Amigos! ¡Qué gusto volver a verlos! – dijo el caballero al darse cuenta que las sombras, no eran ni más ni menos que Unojo y Mapin. – ¿Creías que te íbamos a dejar solo? Necesitarás nuestra ayuda para rescatar a la princesa- exclamó el enano. – Hemos corrido demasiado para alcanzarte, estoy muy cansado- dijo el gigante con la lengua afuera. Martín sonrió y les dijo: - Amigos, si me han venido a ayudar en la última parte de la misión, debemos seguir ya mismo el camino hacia el castillo- concluyó el caballero. Unojo y Mapin se miraron y asintieron con la cabeza y así, los tres juntos nuevamente, emprendieron el último tramo del camino hacia el rescate de la princesa. A lo lejos, divisaron el puente colgante de la entrada del castillo. Entusiasmados, apuraron el paso y al cabo de un instante ya se encontraban a las puertas de la fortaleza abandonada. Luego de entrar y revisar el castillo de punta a punta durante un largo rato, Martín y sus compañeros se quedaron muy sorprendidos, ya que no habían encontrado nada de nada… ¿Qué era lo que había pasado allí?
Todo estaba saliendo muy mal: primero había tardado mucho en llegar al castillo abandonado, segundo, la princesa no estaba y tercero, su caballo había desaparecido… sus amigos trataron de consolarlo, pero el caballero estaba desesperado. Pero, recordando las palabras del Dragón, Martin sintió que era el momento de enfrentar sus miedos y esta vez, su miedo, no tenía la forma de un enemigo en la batalla ni de una gran serpiente… el miedo era no poder cumplir la misión que le habían encomendado. Por eso, era el momento de ser valiente y siguió adelante. Sus compañeros le siguieron el paso, dispuestos a no dejarlo solo en ese momento.
El caballero los miró y los detuvo: - ¿Saben qué? Son los mejores amigos d…- iba a terminar la frase cuando de golpe, se halló dado vuelta con su pie atado con una cuerda colgando de un árbol… ¡Les habían tendido una trampa!
Cuando dejó de moverse un poco, miro alrededor y comprobó que Unojo y el enano también estaban en la misma situación. Mapin trataba de soltarse en tanto que el gigante, que era demasiado grande como para lograr desatarse solo, se cruzó de brazos a esperar, y como no sabía a esperar que, se quedó dormido. De repente vieron quienes les habían tendido la trampa: ¡unos asquerosos Toles! Mientras se acercaban a los tres amigos que colgaban, entre ellos con voces ásperas.
Uno a uno los revisaron y le sacaron todo lo que tenían: espada, hacha, puñales y escudo. Mapin los maldijo en el antiguo lenguaje enano y una de las criaturas le pegó con un garrote. A Unojo no se le acercaron, los gigantes nunca tienen nada de valor. Las cosas se estaban poniendo peor cuando otros dos comenzaron acercas ramas debajo de ellos y otro con unas piedras comenzaron a chasquearlas generando unas chispas: ¡los iban a quemar en una fogata! Martín y el enano trataron de hablar con las criaturas, pero estas no les prestaban la menor atención. Mapin les ofrecía oro y toda clase de piedras preciosas. El caballero les decía que podía quedarse con todas sus cosas si los liberaban y Unojo… bueno, el gigante estaba roncando de lo lindo, igualmente las criaturas no entendían ni una palabra y continuaron con su malvado trabajo.
En un momento, se sintió un golpe seco, como el de una bolsa de papas que cayó al piso: era uno de los Tole que había caído de un árbol. Los que estaban intentando prender la fogata, de repente se quedaron inmóviles y asustados.Otro que estaba montando guardia en un árbol cercano, emitió un grito ahogado y también se desplomó. No solo las criaturas, sino también el caballero y sus amigos se fueron asustando temiendo que se acercara algo mucho peor, mientras tanto, seguían luchando por liberarse de las ataduras. Durante un instante un silencio total se adueñó del lugar y las criaturas creyeron, que sea lo que sea que los haya atacado, había pasado.
No podían estar más equivocados: una sombra a caballo irrumpió en el medio del claro donde estaban, repartió espadazos a diestra y siniestra. Martín no lograba distinguir quien era la misteriosa una figura oscura montada a caballo, pero si veía que luchaba como si fuera el mejor de los guerreros. Mapin le gritaba indicaciones al extraño para advertirle de donde lo estaban atacando y al parecer entendía el idioma puesto que hizo caso de algunas. Al cabo de un rato, ya todos los Toles estaban derrotados o habían huido. El extraño se acercó, bajó del caballo y puso su espada en el cuello de Martín. El caballero ya estaba mareando de tanto estar dado vuelta, cuando el extraño, lo sorprendió con una voz inesperada: - Ustedes no son caballeros del castillo… ¿Quiénes son ustedes? ¿Acaso los envió mi padre? - entonces Martín, sintió una leve esperanza sospechando de quien podía tratarse: - ¿Eres tú la princesa Alerana? - dijo Martín con el poco aire que podía respirar en esa posición.
La princesa los observó un rato y poniéndose al lado del caballero y agachándose un poco, les dijo: - Si, así es, pero aún no me contestan… ¿quiénes son ustedes? – preguntó sin dejar de amenazarlos con la espada. Unojo ya despierto, tomó la palabra– Oh princesa, él es el caballero Martín y junto a él, hemos pasado por muchos obstáculos para rescatarte- dijo el gigante.
Alerana soltó una risita y dijo: -Bueno, al parecer no necesito que me rescaten, en cambio a ustedes sí. Mi padre cree que no puedo cuidarme sola, por eso manda a buscarme, pero yo misma me encargue de mis captores- dijo orgullosa.
Martín sonrió y le dijo que ya lo había notado y
le pidió por favor que los destara a él y a sus amigos para poder conversar. La
princesa lo dudó, pero al cabo de un instante, se decidió por liberarlos.
Cuando el caballero se recobró un poco y por fin pudo ver a Alerana, su corazón
le latió con fuerza y se puso colorado, entonces apartó la mirada. Unojo, ya
liberado de su atadura, arrancó una flor del piso y se la entregó a la princesa
con timidez mientras ella sonrió agradecida. Grande fue la sorpresa para
Martín, cuando se dio cuenta que el caballo de la princesa, no era otro que
Fronir, que ya no se veía tan negro, sino que podía distinguir su hermoso
pelaje marrón. Entonces, encendieron una fogata y pasaron la noche mientras se
contaban las aventuras que los habían llevado hasta allí y al amanecer,
emprendieron el camino de regreso.
Cuando llegaron a inmediaciones del bosque, Unojo y Mapin se separaron de la princesa y el caballero, con promesas de verse pronto. La princesa hubiera querido tener el tiempo de visitar el bosque encantado por todo lo que Martín le había contado, pero debían volver rápidamente. El caballero le prometió que algún día, irían juntos a conocer el bosque y a todos sus amigos, siempre y cuando, tenga el permiso del rey.
Cuando llegaron a inmediaciones del bosque, Unojo y Mapin se separaron de la princesa y el caballero, con promesas de verse pronto. La princesa hubiera querido tener el tiempo de visitar el bosque encantado por todo lo que Martín le había contado, pero debían volver rápidamente. El caballero le prometió que algún día, irían juntos a conocer el bosque y a todos sus amigos, siempre y cuando, tenga el permiso del rey.
El caballero y la princesa siguieron adelante en el camino de regreso montados
en Fronir.
Y así fue, como después de una larga aventura el caballero encontró su verdadero coraje, el necesario para no darse nunca por vencido.
Y en cuanto a la princesa, bueno, en verdad, fue la ella la que terminó rescatando a Martín, pero al rey poco le importaba, su hija había regresado sana y salva.
El caballero prometió visitar a su nueva amiga las veces que sea le posible y
su padre le pidió que sea su compañero de paseos… la princesa lo saludó y le dijo:
- Aún está pendiente la visita al bosque encantado, tal como lo prometiste,
Caballero-. Martín juró que no lo olvidaría… nadie más que él quería volver a
ver a todos sus amigos del bosque, aunque si era en compañía de la princesa,
mucho mejor. Y así fue, como después de una larga aventura el caballero encontró su verdadero coraje, el necesario para no darse nunca por vencido.
Y en cuanto a la princesa, bueno, en verdad, fue la ella la que terminó rescatando a Martín, pero al rey poco le importaba, su hija había regresado sana y salva.
FIN













