lunes, 4 de mayo de 2020

Cuento infantil: Martín, El Caballero Valiente -1- Aventuras en el Bosque Encantado.

Ilustración de portada: Mike Azevedo

había una vez, en un reino lejano, un joven al que todos
conocían como Martín, el caballero valiente. Por eso mismo, el rey Elviran que  era quien gobernaba ese pueblo, le encargó una misión muy especial: debía rescatar a su hija, la princesa Alerana. Ella era niña muy inquieta, que siempre que podía, se escapaba de la vista de sus padres. Pero esta vez, había sido capturada por los “Toles” mientras daba un paseo por las afueras del reino. Los Toles, eran unas traviesas y malignas criaturas que siempre daban trabajo en los límites del reino, aunque nunca habían hecho nada semejante. Estos malvados escondieron a la princesa en un viejo castillo más allá del Bosque Encantado. El pueblo en donde vivía el caballero, era el más cercano al bosque y Martín conocía muy bien el lugar, aunque no dejaba de ser también, un lugar muy peligros. Finalmente, el día de la misión había llegado y el caballero Martín tenía que empezar a prepararse.
Primero, se lavó los dientes muy bien, porque no se puede rescatar a una princesa con mal aliento, al menos así le dijo su papá. Desayunó una jarra de leche tibia y comió algunas galletas de colores, esas que tanto le gustaban y que su mamá le preparaba en los días especiales. Luego afiló su brillante y larga espada, se puso la armadura, se colgó el escudo, pero con mucho cuidado, ya que recién lo había terminado de pintar su papá. En el establo, lo esperaba su gran amigo y caballo, Fronir, al que habían peinado y le habían colocado nuevas herraduras.
Así, el valiente caballero saludó a su mamá y su papá y se alejó a todo galope. 



El camino era muy largo, entonces, cuando estaban cansados, paraban, bebían agua y comían algunas manzanas, que era la comida preferida de Fronir. Luego, seguían adelante hasta que, por fin a la mañana siguiente, llegaron a la entrada al bosque.
Su papá le había dicho que debía andar con mucho cuidado, siempre en guardia, ya que no se sabía con qué sorpresa se podría encontrar… por algo lo llamaban el bosque encantado.
Cuando estaban andando dentro del bosque, de repente, Fronir no quería seguir más adelante. Martín probó con una manzana, pero no había caso: el caballo no quería continuar. El caballero no notaba nada extraño, pero luego de un rato, escuchó unas pisadas a lo lejos. El ruido se fue haciendo más y más fuerte y una gran figura se acercaba…
¿Podría ser, que eso que estaba viendo, escondido detrás de un árbol, eso que se acercaba fuese… UN GIGANTE?
Si, y era enorme. Tenía un gran garrote hecho de madera de árbol que llevaba arrastrando de su gigantesca  mano. Sobre la panza, tenía unos dibujos negros, como rayas con triángulos y otras formas. De su boca, asomaban unos colmillos amarillentos, pero lo más raro eran sus ojos,
bueno, en realidad su ojo… ¡porque tenía solo uno!


- ¿Quién anda ahí? ¿Quién se atreve a molestarme? Preguntó el gigante con voz gruesa y alargada. Martín, supo que si quería seguir adelante, debía salir y hacer frente al peligro.
– Aquí estoy, mi nombre es Martín, el caballero valiente. Dijo con un poco de temor.
- ¿Y por qué te escondes? Tienes miedo de que te ataque?, le respondió el gigante.
- No! No tengo miedo que me ataques. El Rey Elviran me ha encargado la misión de rescatar a su hija, que está encerrada en castillo abandonado que queda atravesando este bosque. ¡Y para llegar, debo pasar por aquí!- El gigante miró al joven caballero con su único ojo muy abierto y supo que decía la verdad.
- Mi nombre es Unojo, y hasta ahora, nunca nadie se había  animado a hablarme, todos huyen corriendo cada vez que les hablo! Es muy triste que me vean como un monstruo grande y feo- se quejó el gigante mientras se sentaba en un viejo tronco de árbol.
-Pero tú no eres feo, solo que eres grande, tienes un solo ojo, llevas un garrote enorme… bueno, quizás asustas un poco, pero a mí no- dijo Martín más tranquilo.
- ¿De veras no te asustas? ¿Ni un poco? - preguntó el gigante.
-No, para nada- dijo Martín.
- ¿Y tú… le tienes miedo a las serpientes? - Le preguntó cubriéndose con la mano su enorme boca.
- Claro que no. En mi pueblo soy el encargado de cazar serpientes. Luego se las llevo a mi papá que las cocina y las comemos ¡son muy ricas!
El gigante le empezó a hacerle gestos para que se calle y le dijo: - No! La serpiente de la que yo te hablo ¡es enorme! - Le dijo con una cara de susto tremendo. Martín no podía creer que Unojo le tuviera miedo a una serpiente… aunque si dijo que era enorme… y él era un gigante… ¡Entonces debería ser muy grande de verdad!
- Yo puedo dejarte pasar, caballero Martín, pero solo si me prometes que acabarás con la serpiente blanca del pantano. Me roba la comida y me ataca por las noches, además ¡siempre trata de comerme! - le suplico Unojo.
Martín se quedó pensando un rato, pero confiando en que sabía cómo atacar a las serpientes, le dijo: - Muy bien, yo derrotaré a la serpiente y tú me dejarás pasar… ¿es un trato?-

-Hecho!- Le contestó el gigante muy contento. –Debes seguir el camino que va hacia allá, entonces, encontrarás un enorme pantano, allí, es donde vive la serpiente- entonces, Martín sacó a Fronir de donde estaba escondido, lo montó y se dirigió en la dirección que le había indicado Unojo. Mientras se alejaba, el gigante lo saludaba con el garrote en alto. En tanto avanzaba en el camino, el joven caballero se quedó pensando…
-Si un gigante le tiene miedo a una gran serpiente… ¿Cómo haré para derrotarla? – pronto lo averiguaría.
De acuerdo a las indicaciones del gigante, ya estaba cerca de la morada de la gran víbora. De golpe, algo hizo que se detuviera: escuchó una voz gruesa y gruñona quejándose a lo lejos, entonces el caballero desmontó con la espada en una mano y el escudo en la otra. Se escondió detrás de unas rocas enormes con forma de huevo que lo ocultaban muy bien. Allí, en la orilla de un gigantesco pantano, había alguien que estaba protestándole a alguien. Esa criatura… ¡era un enano! 



Ilustración: Kim Dong Hyuk

Sus padres, le habían contado sobre enanos en los cuentos que le leían antes de dormir, pero, se creían que no existían. Ahora Martín, tenía uno a solo unos metros de distancia. Llevaba un gran casco con cuernos, pelo y barba blanca y estaba vestido con pieles y partes de armadura. Sus brazos eran muy fuertes y sus piernas, aunque cortas, eran muy veloces.
-Vamos, ¡devuélvemela! - gritaba el enano mientras arrojaba una piedra al pantano. Bajo el lodo, se podía ver que algo se movía ¡se trataba de la serpiente que Unojo le había pedido que venciera!.
Martín se dio cuenta de que debía ayudar al enano con su problema, a lo mejor quizás  el pudiera ayudarlo también, de todas formas, parecía los dos estaban allí para lo mismo… o algo parecido.
-Oye, necesitas ayuda?- Preguntó el caballero saliendo de detrás de las rocas.
-¿Quién eres? ¿Y Por qué crees que necesito tu ayuda? -. Dijo el enano. – Porque veo que te ha quitado algo que necesitas, yo también estoy aquí para cazar a la criatura del pantano… por cierto, ¿Cómo te llamas? - le respondió Martín.
- Mi nombre es Mapin, guerrero del Reino Enano que se encuentra bajo las montañas grises. ¿Y el tuyo caballero? - dijo el enano apoyándole el hacha en el pecho.
– Mi nombre es Martín, el caballero más valiente del pueblo que está más allá de este bosque… pero, un momento, las montañas grises están muy lejos, ¿qué haces por aquí? - Preguntó el caballero con curiosidad.
El enano le dijo: - Mi reino me envió a este bosque para encontrar unas mágicas semillas que hay por aquí y que sirven para plantar árboles bajo la montaña en donde no hay luz del sol. Justo cuando ya había reunido muchas semillas en mi bolsa, paré a descansar aquí y salió esa enorme serpiente del lodo y se comió de un bocado mi bolsa con las semillas… ya no podré llevarlas al reino- dijo Mapin muy triste. A Martín se le ocurrió una idea para solucionar el problema que tenían, pero para eso, deberían trabajar juntos. El enano aceptó. El plan sería este: dejarían cerca de la orilla la bolsa con manzanas que el caballero tenía para Fronir; cuando la serpiente saliera a comerlas, Mapin saltaría gritando desde un lado hacia la serpiente con el hacha, mientras tanto Martín, aparecería del otro lado para atacarla mientras estuviera distraída con el enano. Entonces el enano podría recuperar su preciada bolsa de semillas y Martín le podría decir al gigante que la víbora al gigante no lo molestaría más, para así poder cruzar el bosque y rescatar a la princesa.
Lentamente, colocaron la bolsa de manzanas cerca del pantano y se alejaron muy despacio, Martín para un lado y Mapin para el otro. Los dos miraban fijamente el gran pantano esperando que el olor de las manzanas atrajera a la Serpiente. Pasó un largo rato hasta que, por fin, de las profundidades del barro, emergió una gran cabeza blanca con escamas plateadas que brillaban con el sol del atardecer.
Se aproximó a la orilla donde se encontraban las frutas mientras se relamía pensando en lo ricas que estarían esas manzanas. Y justo cuando abría la boca para tragar el 
 
manjar, Martín le hizo la seña al enano de que era el momento para atacar. Mapin salto desde detrás de una roca, gritando y blandiendo su hacha, el caballero, hizo lo mismo con su espada y esto hizo que la serpiente se asustara mucho. Cuando se disponían a atacarla, la serpiente dijo: -Esssspera! ¡No me matessss! - Dijo con su voz áspera y seseante.


El caballero, sorprendido, le preguntó: - ¿Puedes hablar? - El enano se desesperó y le gritó: - ¡No la escuches, solo quiere escaparse! -. Martin insistió: - ¿Qué tienes para decir serpiente? - preguntó el caballero. La serpiente se dio cuenta que estaba derrotada. – Ssolo trato de alimentarme, aquí en el pantano ya no quedan mosscass, ni mossquitoss ni pájaros, ¡algo debo comer! - protesto la víbora con cara de pobrecita. Mapin no estaba para nada contento: - Entonces, si solo tienes hambre, ¿por qué te has robado las semillas del árbol que tenía aquí en una bolsa? ¿Acaso comes semillas también? - le preguntó el enano muy ofendido. La serpiente se acomodó un poco y le respondió: - No, no como ssemillass enano... Pero tú las tomasstess sin permisso y son ssemillass magicass, como protectora de este bosque, no puedo dejar que te lass llevess- le respondió la serpiente.

Mapin estaba por partirle el cuello de un hachazo, pero Martín lo frenó y dijo: - Oigan, ¡ya basta! Serpiente, necesitamos esas semillas y también que dejes de molestar al gigante robándole la comida o tratando de comerlo a él, solo así te perdonaremos la vida.
La serpiente pensó un momento y les dijo: - Está bien, puedo devolverless lass ssemillass y dejaré de molesstar al gigante, pero con una condición… el gigante tiene que traerme unas manzzanass todos los díass, porque la razón de que no haya comida ¡es porque él se ha comido todo! -
El enano muy ofendido quiso protestar, pero el caballero lo detuvo y le dijo: - Es justo lo que nos propone, su vida y alimento a cambio de las semillas, mientras, el gigante podrá estar tranquilo, pero le tendrá que traer la comida… Está bien serpiente, te perdonamos la vida, pero, deberás cumplir con tu palabra o yo mismo vendré a buscarte, pero sin manzanas-  le dijo el caballero a la gran víbora. El enano no estaba muy de acuerdo con el trato, pero él al menos, había recuperado sus semillas. Ahora el caballero debía convencer al gigante de llevarle comida a la serpiente, algo que no sería fácil, pero esperaba que aceptara. Martín empezó a cabalgar nuevamente hacia donde estaba Unojo y se dio cuenta que el enano iba con él.
- ¿Y tú, no tienes que regresar a tu reino? - le preguntó el caballero sorprendido. El enano lo miró desde arriba de su pony y le dijo: - Tú me has ayudado con mis semillas, lo menos que puedo hacer es acompañarte hasta lo del gigante- contestó agradecido, pero no había terminado de hablar- Lo que no entiendo es que, si eres el caballero más valiente de estas tierras, ¿porque no le has cortado la cabeza a la víbora cuando tuviste la oportunidad? Martín sonrió ante las palabras de Mapin y le dijo: - Mis padres me han contado mucho acerca de este bosque, de los peligros y criaturas que viven en él. Yo no creía que los gigantes y los enanos existieran, pero aquí estamos, yo hablando con un enano guerrero del reino de Alin y estamos llevándole un mensaje de una serpiente que habla, a un gigante… Por otra parte – siguió Martín - no se puede atacar por atacar cuando aún quedan palabras por decir- Y así continuaron hasta que llego el atardecer y pasaron la noche acampando en el bosque, charlando y riendo hasta muy tarde. Al amanecer, retomaron el sendero que los conduciría hasta donde moraba el gigante. Cuando estaban llegando al lugar donde el caballero lo había visto por primera vez, el los sorprendió saliendo de detrás un árbol y ansioso le preguntó:

- ¿Dónde está la cabeza de la Serpiente? – luego se percató de la presencia del compañero del caballero y cuestionó- ¿Y quién es él?-
Martín primero le presentó a su amigo, el enano Mapin y ellos se saludaron de lejos (los enanos y los gigantes no se llevaban bien desde hacía mucho tiempo). Luego, le contó lo sucedido y Unojo primero se enojó, luego pensó, se volvió a enojar y finalmente se calmó.
- ¿Entonces quieres decirme que, si le llevo manzanas todos los días, esa malvada Serpiente dejará de molestarme? - le consultó sorprendido Unojo. – Si, ella ha prometido no molestarte más. Al igual que tú, protege este bosque, pero necesita comer, por eso te robaba. Ahora, Unojo, necesito que me dejes cruzar tus tierras para poder rescatar a la princesa Alerana-. El gigante primero le agradeció por lo que había hecho y le dijo: - Caballero Martin, no solo eres tan valiente como habías dicho, si no también muy noble; por favor, permíteme acompañarte en un tramo de tu viaje, veras que te seré muy útil. - concluyó el gigante. Martín se sintió muy contento por los nuevos amigos que había hecho y también Mapin insistió en acompañarlo, diciendo que nadie es más fuerte y valiente que un enano guerrero de Alin. Así, partieron juntos por las tierras del bosque rumbo al castillo abandonado.

Habían llegado a mitad de camino cuando unos Toles de mediana estatura, armados con espadas, arcos y flechas, los atacaron. Los tres amigos se defendieron con sus armas y ayudándose unos con otros. Los Toles al ver que no podían ganar el combate, huyeron rápidamente hacia la parte más oscura del bosque. Cuando cayó la noche, luego de comer carne y cebollas asadas, el enano y el gigante empezaron a discutir de cómo se iban a turnar para hacer las guardias. Martín intentó levantarse para hablarles, pero de repente, sintió un gran dolor en su pierna; se sacó la armadura que cubría la zona y vió que tenía un pequeño tajo. El gigante enseguida dijo: - Martín! Te ha tocado una flecha roja de los Toles, ¡debemos curar la herida cuanto antes! Dicen que puedes volverte loco si lo curas a tiempo- Mapin le pidió que no asustara al muchacho, pero Unojo meneando la cabeza de un lado a otro les dijo: - No no no, debemos encontrar una planta que crece aquí en el bosque, la rosamora, que es mágica. Con ella, puedo preparar el remedio- El caballero pensó un instante y le dijo: - Confío en ti, Unojo. El enano y el gigante se dieron cuenta de que era el momento de dejar las diferencias de lado para ayudar a su amigo y fueron a buscar la planta de inmediato. En unos momentos, Mapin y Unojo volvieron y el gigante traía en su manota unas pequeñas flores bordó. El enano ayudó a preparar el remedio y cuando estuvo listo, se lo dieron de tomar a Martín, que, aunque con mucha cara de asco, lo tomó todo. En unos instantes, la herida dejó de dolerle y luego de un rato, desapareció por completo. El caballero le agradeció al gigante por no sentir más el dolor y estar curado. Unojo le respondió: - No me agradezcas solo a mí, sin Mapin hubiese sido imposible- El enano dejó por un rato su cara enojada y, acercándose, estrecho la mano de Unojo. Martín les volvió a agradecer muy contento, y cada uno completó las guardias que les correspondían para que todos pudieron descansar.
Al día siguiente, se adentraron en una parte del bosque conocida como el páramo de los sauces plateados, ya que cuando el sol iluminaba sus hojas, estas parecían de plata. Más adelante, se podía ver que el camino giraba a la derecha. Martín, ordenó que se detuvieran y le pidió a Mapin que se adelantara para investigar qué era lo que había más adelante. Al rato, el enano volvió apurado haciendo gestos con la mano y tratando de hablar:
- Allí… en el bosque… unas patas… un arco… -El gigante miraba a Mapin tratando de adivinar que quería decir: - ¿Unas patas? ¿Un arco? ¿Un Bosque? Es la adivinanza más rara que he escuchado-. El enano se tomó la cabeza y luego de recuperar el aliento dijo: - Es… ¡un centauro!

                                                                               Ilustración: Vance Kovaks

¿Un centauro? Si y era tal como lo imaginaba: una criatura mitad caballo mitad hombre, armada con un gran arco de madera curvo y un carcaj lleno de flechas que colgaba de su espalda. Aún estaban discutiendo que hacer, cuando la criatura sacó una flecha de su carcaj, tensó el arco, apuntó hacia el cielo disparó su flecha y descubriéndolos con la mirada les dijo: - Salid de vuestro escondite, no voy a haceros daño, salvo que sus intenciones sean malas conmigo- Luego de mirarse entre ellos y comprendiendo que no tenían otra alternativa, salieron de detrás de unos arbustos y se fueron presentando ante el centauro. Luego de los saludos, Martín dijo: - Aún no nos has dicho tu nombre… En ese preciso instante, la flecha que había lanzado un rato antes, cayó desde el cielo delante de ellos, acompañada por una cola de luces centelleantes y se hizo pedazos al impactar con el suelo. Al cabo de un momento, pudieron ver en la tierra lo que la flecha había hecho: en su golpe, dejo marcado en la tierra unas letras en las que se dejaba leer: TANDER.
- Ese es mi nombre, Tander, protector del páramo de los sauces plateados- Los amigos quedaron maravillados por la presentación. El centauro prosiguió: - Y lamento deciros, que no puedo dejar que paséis por aquí- Cuando Mapin se iba a adelantar a protestar, Martín lo detuvo poniéndole una mano en el hombro y dijo: - Tander, necesito atravesar tu páramo. El rey me ha encomendado una misión: debo rescatar a la princesa Alerana, su hija, quien fue raptada por unos malvados Toles, que la escondieron en el castillo abandonado que está en las afueras de este bosque.
El centauro entendió que la misión era real y el apuro grande, pero, de todas formas, no podía permitir que todos pasaran por allí, era algo que al protector del bosque no le gustaría. Entonces a Tander se le ocurrió una idea: solo dejaría atravesar el bosque a aquel que pudiera disparar una flecha tanto o más lejos que él, solo quien lograra esto, podría continuar el camino. Los tres amigos aceptaron el reto. El centauro tomó una flecha, tensó su arco y disparó, tan pero tan lejos que casi no podían ver donde había caído. Mapin, no era un enano diestro con el arco, pidió entonces poder lanzar su hacha doble.
El centauro estuvo de acuerdo, pero el hacha era muy pesada y solo alcanzó una corta distancia desde donde el enano la había lanzado. Luego fue el turno de Unojo, quien prefirió lanzar una piedra antes que tirar con el arco, puesto que no había uno de su tamaño. Tander también aceptó este cambio en las reglas.
Entonces, el gigante tomo una roca que se ajustaba a su mano perfectamente, tomo aire y después unos pasos para impulsarse, lanzó la piedra acompañándola con un grito que hizo volar asustadas a todas las aves del bosque. Pero, la piedra solo había logrado llegar hasta la mitad de lejos de lo que había alcanzado la flecha de Tander.
Por fin, llegó el turno del caballero. Por suerte para 
Martín, había un arco de su tamaño, aunque el arco nunca había sido su arma favorita, practicaba desde que era niño y confió en sus posibilidades. Primero, eligió con cuidado la flecha y preparó el arco. Martín acomodó la flecha, tensó la cuerda. Cuando estuvo seguro de que el tiro estaba en buena dirección, levantó el arco, como si fuera a disparar al cielo y soltó la flecha. Dejando un silbido en el aire, la flecha atravesó el azul profundo del cielo y se lanzó en picada a la tierra, mucho más lejos que los proyectiles tirados por sus amigos, aunque no tanto como la flecha del centauro. 



Todos corrieron para ver que tan lejos había llegado la flecha de Martin y grande fue su tristeza cuando descubrieron que había quedado varios metros detrás de la flecha de Tander. - Veo que no llegasteis lo suficientemente lejos como para considerar que me habéis vencido o igualado en esta prueba… sin embargo, sois el guerrero que más lejos a podido llegar, con lo cual, habéis ganado: podrás pasar por mi paramo para rescatar a la princesa- concluyó Tander. Mapin y Unojo felicitaron a Martin, aunque se apenaron dado que no podrían continuar el camino junto a su amigo. 
El caballero sonrió: - Amigos míos, tan solo prométanme que no pelearan en cuanto yo me haya ido de aquí- dijo el caballero mientras les daba el saludo de los guerreros. Silbó para llamar a Fronir, cuando llegó, montó rápidamente y saludo a sus amigos por última vez y se alejó a lo profundo del bosque.
En tanto que el gigante y el enano se quedaron mirando al caballero mientras se marchaba. – ¿Tú de verdad piensas en dejarlo ir solo Mapin? - le preguntó el gigante al enano. – Creo que no conoces lo testarudos que somos los enanos, mi querido amigo, claro que no lo dejaremos solo y tu vendrás conmigo- Saludaron al centauro y se echaron a correr lo más rápido que pudieron por las afueras del páramo.
Mientras tanto Martín, seguía cabalgando por el bosque buscando el sendero de salida, pero grande fue su sorpresa cuando lo único que encontró al final del camino fue un gran muro verde: era como si la misma tierra cubierta de pasto se hubiera levantado formando una gran pared. Buscó y buscó una forma de atravesarlo, pero no encontraba ningún hueco, ningún hoyo, ningún agujero que se lo permitiera. Se sintió muy apenado, por haber llegado al final del bosque y no poder de cruzarlo… y la princesa esperaba. De repente, sintió un ruido entre los árboles, como si el viento soplara entre las ramas, pero lo raro es que no había ni la más ligera ventisca. Alerta, miró hacia arriba y en todas las direcciones posibles, pero no lograba
distinguir nada.
- Alto! - dijo una voz. –Quien eres y que haces en los límites de este Bosque? - preguntó la voz. Martín se dio la
vuelta lentamente con su caballo y si algo le faltaba ver al caballero en esta aventura, era… ¡una elfa de bosque!


Pero no era una elfa pequeña como las que cuentan las historias, esta tenía el tamaño mucho más parecido al de los humanos. Estaba vestida de verde y tenía el pelo rojo como el fuego y unas orejas muy puntiagudas. Además, en sus manos, tenía un arco con una flecha apuntando directamente al caballero. Este levantó despacio las manos y dijo – Hola, soy Martín, el caballero valiente. Estoy en una misión muy especial y necesito atravesar este bosque lo antes posible así que te pido por favor que... -. La elfa lo interrumpió y sin dejar de apuntarle, le dijo: - Es raro que un simple caballero como
tú ha llegado solo hasta aquí… ¿cómo lo has hecho? Martin le contó brevemente, todas las aventuras que había tenido hasta llegar al límite del bosque y lo más importante, la razón por la cual debía atravesar el bosque… la princesa aún aguardaba que la rescatasen, o 
al menos, eso esperaba el caballero. La elfa por fin bajo el arco y le dijo: - Mi nombre es Venya, ayudante del protector del Valle Esmeralda. Él es quien decidirá si pasas o no-. Al escuchar eso, Martin se preguntó… ¿Un Protector? ¿Quién sería? Inquieto, le dijo a la elfa: -  … mira Venya, estoy muy apurado y necesitaría lo antes posible pasar al otro lado de este muro-. Venya lo miró y sonriendo le dijo: - Solo él puede darte la llave para salir de este bosque. Ahora por favor, baja del caballo que voy a vendarte los ojos y te guiaré hasta claro donde el protector se encuentra- El caballero lo pensó un instante y entendió que no tenía otra opción. Así, la elfa le vendó los ojos del caballero de forma que no podía ver nada más que una oscuridad verdosa, y, tomándolo de la mano, comenzaron a andar. 
La mano de Venya lo sostenía firme y lo apretaba más fuerte en los lugares donde había obstáculos. Luego de un rato de caminata, la elfa anunció: - Hemos llegado- dijo Venya. A Martín se le paró el corazón de la emoción y, por qué no, de un poco de miedo también, pues nunca había imaginado eso que estaba viendo: Delante de ellos, enroscado en sí mismo, un enorme Dragón alado estaba durmiendo. Tenía un color verde fuerte y brillante en sus escamas, aunque también se podían ver muchas otras de colores brillantes, sobre todo en la parte del cuello y la cola. Su cabeza estaba adornada por cuatro cuernos, también ellos de un color verdoso. Ver a un dragón, era sin duda uno de los sueños más hermosos que había tenido Martín… ¡jamás se hubiera imaginado que iba a conocer uno de verdad! ¡Era hermoso! 




Igual, el caballero no pudo evitar sentir algo de miedo y quiso hablarle a Venya. Pero la elfa, ya estaba junto al Dragón y mientras acariciaba una de sus patas, murmuraba unas palabras… Entonces, el dragón abrió los ojos lentamente. Martín casi se larga a correr lo más rápido posible, pero no fue capaz de moverse de allí. Mientras se despertaba, el dragón iba parándose lentamente y todas sus escamas brillaban a la luz del sol.
Miró fijamente a Martín con sus brillantes ojos amarillentos y habló con una voz grave y profunda: - Bienvenido, caballero Martín. Tengo entendido que tuviste muchas aventuras para poder llegar hasta aquí y que tienes una misión fuera de este bosque… ¿no es así? - Martín estaba con la boca abierta mirando sorprendido al dragón, quiso hablar como si nada, pero lo primero que salió de su boca, lo sorprendió: - Tengo miedo… - eso era todo lo que había podido decir. El dragón se reacomodó en el suelo y acercándose un poco a Martín, le dijo: - ¿Y por qué no habrías de tenerlo? Le pregunto el dragón. El caballero con un poco de vergüenza le contestó: - Siempre he soñado con conocer un dragón de verdad, pero ahora que estoy frente a ti, tengo un poco de miedo y eso no puede ser, me conocen como Martín, el caballero valiente… y ahora lo que no tengo es valentía- dijo apenado. El dragón estiro su largo cuello y su cola espinada, dio una media vuelta y dirigiéndose al caballero le dijo: - No es posible que seas valiente si no sientes miedo… ¿crees que todos los que dicen que nunca tienen miedo, realmente es así? Esos no son verdaderos valientes, porque solo cuando sientes miedo, es el momento de tener el coraje para enfrentarlo. Tú, no te has desmayado ni echado a correr, tienes miedo, pero sigues aquí… eso, es ser valiente- concluyo el dragón. Martín entendió lo que significaba la valentía: no se trataba de ganar batallas a rivales, de rescatar princesas o pelear contra enemigos, se trataba de tener coraje cuando las cosas no salían como él quería, de querer superar las pruebas y desafíos que se le presentaran…. Con una sonrisa miró al Dragón esmeralda y le agradeció por sus palabras. La elfa Venya bajó del árbol donde estaba observándolos y le recordó al caballero que tenía algo que pedir. Sin perder un momento más, Martín le contó al Dragón cual era el motivo que lo había llevado hasta allí y que necesitaba atravesar el bosque de una vez para llegar al rescate de la princesa Alerana. Entonces el dragón le pidió al caballero que lo acompañase un momento y llegaron hasta la orilla de un hermoso lago. Allí, el dragón le dijo a Martín: - En el fondo de este lago, hay cinco llaves de color esmeralda, fueron hechas con mis propias escamas. Si quieres pasar al otro lado del bosque, deberás buscarlas y dármelas- concluyó. El caballero le preguntó si eso iba a ayudarlo en su misión, a lo que el dragón no le contestó y con un gesto, lo invitó a que se zambullera al lago.
Entonces Martín se sacó la armadura y sin pensarlo dos veces, se sumergió al agua. Para su sorpresa, estaba tibia y era transparente, con lo cual, no le impedía ver a través de ella y rápidamente encontró las cinco llaves.

Salió del agua, se secó a un costado y fue rápidamente a encontrarse con el dragón. Cuando estuvo frente a él, puso las llaves en el piso y aguardó. El dragón observó las llaves y le dijo algo a la elfa, quien se marchó y unos instantes más tarde, reapareció trayendo cinco cofres de madera que dejó en la tierra junto a las llaves. El dragón le pidió al caballero que por favor abriera cada uno de los cofres y así lo hizo. Dentro de algunos cofres había pedazos de piedra, en otros de metal, del mismo color de las escamas del dragón, fuertes, brillantes, pero sin una forma definida, era como si fuesen pedazos de algo más grande. Martín se comenzaba a preguntar qué significaba aquello cuando el dragón le pidió que pusiera todas las piezas de los cofres delante de él y se acercó a ellas. Venya, le tomó la mano al caballero y lo invitó a dar unos pasos hacia atrás. El dragón se acomodó y miró fijamente los trozos de piedra y abriendo su boca, exhaló una gran llamarada. Era tal el brillo del aliento que el caballero y la elfa debieron cubrirse los ojos. Cuando volvieron la vista, ya no había rastro de los cofres, en su lugar, se encontraba una gran llave que tenía en su centro una hermosa piedra verde.



Martín pensó que debía ser pesadísima por el tamaño que tenía, pero grande fue su sorpresa cuando se dio cuenta que podía levantarla con facilidad. Entonces el dragón le dijo: - He aquí la llave del bosque, caballero. Con ella
podrás atravesar el muro verde que separa este bosque del castillo donde se encuentra la princesa. Pero atención, una vez que hayas abierto el pasadizo, no podrás volver a pasar por allí, puesto que la llave no la podrás usar de nuevo. Adiós caballero Martín, algún día, volveremos a vernos- se despidió mientras con una garra de su pata, tocó el hombro del caballero. Martín sintió pena por dejar el lugar, pero también estaba feliz por haber conocido un dragón e incluso haber hablado con él, tomó sus cosas, saludó a Venya, quien le había traído a Fronir y, a todo galope, partió hacia el límite del bosque.
Cuando llegó al gran muro verde, bajo del caballo y del bolso, saco la gran llave que el dragón había hecho con su fuego y la acercó a la pared verde. Allí donde la apoyó, se formó una especie de cerradura brillosa y fue allí donde el caballero puso la llave con las dos manos.
Y haciendo un medio giro, vio como un gran bloque de muro que se abrió y la llave, cumpliendo con su trabajo, se desvaneció en el aire… solo quedo de ella la piedra que el caballero se 
guardó. Martín pasó al otro lado y cuando termino de atravesarla, la puerta se cerró detrás de él suavemente… por fin, estaba del otro lado del bosque.
Apenas había hecho unos pasos, cuando a lo lejos vio dos sombras: una enorme y otra muy pequeña, cuando estuvieron lo suficientemente cerca, los reconoció: - ¡Amigos! ¡Qué gusto volver a verlos! – dijo el caballero al darse cuenta que las sombras, no eran ni más ni menos que Unojo y Mapin. – ¿Creías que te íbamos a dejar solo? Necesitarás nuestra ayuda para rescatar a la princesa- exclamó el enano. – Hemos corrido demasiado para alcanzarte, estoy muy cansado- dijo el gigante con la lengua afuera. Martín sonrió y les dijo: - Amigos, si me han venido a ayudar en la última parte de la misión, debemos seguir ya mismo el camino hacia el castillo- concluyó el caballero. Unojo y Mapin se miraron y asintieron con la cabeza y así, los tres juntos nuevamente, emprendieron el último tramo del camino hacia el rescate de la princesa. A lo lejos, divisaron el puente colgante de la entrada del castillo. Entusiasmados, apuraron el paso y al cabo de un instante ya se encontraban a las puertas de la fortaleza abandonada. Luego de entrar y revisar el castillo de punta a punta durante un largo rato, Martín y sus compañeros 
se quedaron muy sorprendidos, ya que no habían encontrado nada de nada… ¿Qué era lo que había pasado allí? 





Todo estaba saliendo muy mal: primero había tardado mucho en llegar al castillo abandonado, segundo, la princesa no estaba y tercero, su caballo había desaparecido… sus amigos trataron de consolarlo, pero el caballero estaba desesperado. Pero, recordando las palabras del Dragón, Martin sintió que era el momento de enfrentar sus miedos y esta vez, su miedo, no tenía la forma de un enemigo en la batalla ni de una gran serpiente… el miedo era no poder cumplir la misión que le habían encomendado. Por eso, era el momento de ser valiente y siguió adelante. Sus compañeros le siguieron el paso, dispuestos a no dejarlo solo en ese momento. 
– Martín, hemos pasado muchas aventuras… sé que quizás no somos los mejores guerreros del mundo, pero queremos estar contigo – dijo el gigante, Mapin solo movió la cabeza como estando de acuerdo.
El caballero los miró y los detuvo: - ¿Saben qué?  Son los mejores amigos d…- iba a terminar la frase cuando de golpe, se halló dado vuelta con su pie atado con una cuerda colgando de un árbol… ¡Les habían tendido una trampa!      
Cuando dejó de moverse un poco, miro alrededor y comprobó que Unojo y el enano también estaban en la misma situación. Mapin trataba de soltarse en tanto que el gigante, que era demasiado grande como para lograr desatarse solo, se cruzó de brazos a esperar, y como no sabía a esperar que, se quedó dormido. De repente vieron quienes les habían tendido la trampa: ¡unos asquerosos Toles! Mientras se acercaban a los tres amigos que colgaban, entre ellos con voces ásperas.
Uno a uno los revisaron y le sacaron todo lo que tenían: espada, hacha, puñales y escudo. Mapin los maldijo en el antiguo lenguaje enano y una de las criaturas le pegó con un garrote. A Unojo no se le acercaron, los gigantes nunca tienen nada de valor. Las cosas se estaban poniendo peor cuando otros dos comenzaron acercas ramas debajo de ellos y otro con unas piedras comenzaron a chasquearlas generando unas chispas: ¡los iban a quemar en una fogata! Martín y el enano trataron de hablar con las criaturas, pero estas no les prestaban la menor atención. Mapin les ofrecía oro y toda clase de piedras preciosas. El caballero les decía que podía quedarse con todas sus cosas si los liberaban y Unojo… bueno, el gigante estaba roncando de lo lindo, igualmente las criaturas no entendían ni una palabra y continuaron con su malvado trabajo.
En un momento, se sintió un golpe seco, como el de una bolsa de papas que cayó al piso: era uno de los Tole que había caído de un árbol. Los que estaban intentando prender la fogata, de repente se quedaron inmóviles y asustados.Otro que estaba montando guardia en un árbol cercano, emitió un grito ahogado y también se desplomó. No solo las criaturas, sino también el caballero y sus amigos se fueron asustando temiendo que se acercara algo mucho peor, mientras tanto, seguían luchando por liberarse de las ataduras. Durante un instante un silencio total se adueñó del lugar y las criaturas creyeron, que sea lo que sea que los haya atacado, había pasado.

No podían estar más equivocados: una sombra a caballo irrumpió en el medio del claro donde estaban, repartió espadazos a diestra y siniestra. Martín no lograba distinguir quien era la misteriosa una figura oscura montada a caballo, pero si veía que luchaba como si fuera el mejor de los guerreros. Mapin le gritaba indicaciones al extraño para advertirle de donde lo estaban atacando y al parecer entendía el idioma puesto que hizo caso de algunas. Al cabo de un rato, ya todos los Toles estaban derrotados o habían huido. El extraño se acercó, bajó del caballo y puso su espada en el cuello de Martín. El caballero ya estaba mareando de tanto estar dado vuelta, cuando el extraño, lo sorprendió con una voz inesperada: - Ustedes no son caballeros del castillo… ¿Quiénes son ustedes? ¿Acaso los envió mi padre? - entonces Martín, sintió una leve esperanza sospechando de quien podía tratarse: - ¿Eres tú la princesa Alerana? - dijo Martín con el poco aire que podía respirar en esa posición. 




La princesa los observó un rato y poniéndose al lado del caballero y agachándose un poco, les dijo: - Si, así es, pero aún no me contestan… ¿quiénes son ustedes? – preguntó sin dejar de amenazarlos con la espada. Unojo ya despierto, tomó la palabra– Oh princesa, él es el caballero Martín y junto a él, hemos pasado por muchos obstáculos para rescatarte- dijo el gigante.
Alerana soltó una risita y dijo: 
-Bueno, al parecer no necesito que me rescaten, en cambio a ustedes sí. Mi padre cree que no puedo cuidarme sola, por eso manda a buscarme, pero yo misma me encargue de mis captores- dijo orgullosa. 
Martín sonrió y le dijo que ya lo había notado y le pidió por favor que los destara a él y a sus amigos para poder conversar. La princesa lo dudó, pero al cabo de un instante, se decidió por liberarlos. Cuando el caballero se recobró un poco y por fin pudo ver a Alerana, su corazón le latió con fuerza y se puso colorado, entonces apartó la mirada. Unojo, ya liberado de su atadura, arrancó una flor del piso y se la entregó a la princesa con timidez mientras ella sonrió agradecida. Grande fue la sorpresa para Martín, cuando se dio cuenta que el caballo de la princesa, no era otro que Fronir, que ya no se veía tan negro, sino que podía distinguir su hermoso pelaje marrón. Entonces, encendieron una fogata y pasaron la noche mientras se contaban las aventuras que los habían llevado hasta allí y al amanecer, emprendieron el camino de regreso.
Cuando llegaron a inmediaciones del bosque, Unojo y Mapin se separaron de la princesa y el caballero, con promesas de verse pronto. La princesa hubiera querido 
tener el tiempo de visitar el bosque encantado por todo lo que Martín le había contado, pero debían volver rápidamente. El caballero le prometió que algún día, irían juntos a conocer el bosque y a todos sus amigos, siempre y cuando, tenga el permiso del rey.

El caballero y la princesa siguieron adelante en el camino de regreso montados en Fronir.
Y así fue, como después de una larga aventura el caballero encontró su verdadero coraje, el necesario para no darse nunca por vencido.
Y en cuanto a la princesa, bueno, en verdad, fue la ella la que terminó rescatando a Martín, pero al rey poco le importaba, su hija había regresado sana y salva.
El caballero prometió visitar a su nueva amiga las veces que sea le posible y su padre le pidió que sea su compañero de paseos… la princesa lo saludó y le dijo: - Aún está pendiente la visita al bosque encantado, tal como lo prometiste, Caballero-. Martín juró que no lo olvidaría… nadie más que él quería volver a ver a todos sus amigos del bosque, aunque si era en compañía de la princesa, mucho mejor. 

                                                      
                                                 FIN

martes, 26 de febrero de 2019

Cronica de una pasión Naranja. Pt 1





Es del año 1990, que tengo mi primer recuerdo firme del básquet: se jugaba el mundial en Argentina y yo escuchaba un partido por la radio portátil que le había pedido prestada a mi abuelo. Creo que habré escuchado un partido o dos como mucho y vi algún otro por canal 7 seguramente. Más adelante, luego de un tiempo donde ese deporte había desaparecido para mi, se jugó un torneo que marcaria mi vida para siempre: el Preolímpico de Básquet de Portland de 1992, clasificatorio para los Juegos Olímpicos que se darían cita en Barcelona. En este preolimpico, donde yo claramente no sabia a ciencia cierta qué se estaba jugando, se definiría la clasificación a los juegos de los equipos del continente americano... entre ellos, el único, el original e inigualable DREAM TEAM. Y fue en ese torneo en donde conocí a mi gran ídolo de básquet: Michael Jordan; con lo cual el primer numero que asocie a el fue el 9, dorsal en la camiseta del seleccionado norteamericano. Pero no era el único jugador al cual admirar en ese memorable equipo, no señores, no estaba solo, también jugaban con él jugadores inolvidables: Magic Johnson, Larry Bird, Karl Malone, Charles Barkley, Patrick Ewing, Clyde Drexler entre otros. En fin, un torneo en donde todos los equipos jugaban por el segundo puesto y obviamente, si tenían la suerte de enfrentarlos, sacarse una foto con esas leyendas vivientes.
Argentina tuvo la suerte de jugar contra ellos, por decirlo de alguna manera, por que jugar contra ellos era cumplir el sueño de generaciones de basquetbolistas que soñaban con verlos de cerca, rozarlos… todavía me acuerdo de estar frente a la tele viendo las bestias negras, vestidas de blanco, Jordan, Johnson, se enfrentaban a una selección argentina que yo prácticamente desconocía.
Eran tiempos sin internet, poca difusión (casi como hoy en día) de lo que es el básquet y hasta ese momento, solo conocía algunos nombres de nuestra selección por que los escuchaba de otros o lo recordaba haber leído en alguna nota de la revista El Grafico: Cortijo, Pichi Campana, Milanesio, y un pibe que andaba bien, un tal Juan Espil. También convengamos que tenía solo 7-8 años y el básquet no era el deporte nacional por excelencia, ni en el colegio a donde concurría y no lo era tampoco en mi casa. Mi padre estaba más obsesionado con el futbol que con cualquier otra cosa, sin embargo, no ponía tanto entusiasmo en que yo lo practique, un poco por falta de recursos económicos y otro tanto por desinterés. Mi abuelo concebía el deporte de una manera más global, le gustaba el futbol, lo amaba, pero también respetaba y gustaba de otros deportes como el basquetbol, la natación, el remo, etc. Mi madre fue una de las que me enseñó, aunque al día de hoy no lo recuerde o sí, alguna postura para tirar al aro cuando era muy chico: ella jugaba a pelota al cesto de joven y si bien las distancias deportivas con el básquet eran y son enormes, sin duda era lo más cercano al básquet que tenía a mano.
Disfruté de ese partido, más que partido un hito, que marcaría un antes y un después para mí: Argentina jugó por la foto y para divertirse contra el mágico e inigualable Dream Team. Pero, con el paso del tiempo, viendo repeticiones del partido una y otra vez, pude ver que no fue tan así: Argentina le agregó el mejor desempeño posible en su juego e hizo muchas cosas que YO creía lejanas de realizar para un argentino en esa época. Sacar a pasear a Jordan un rato a puro dribbling y cambio de mano, gambeta a cargo de Milanesio, o anotar uno de las mejores bandejas de la historia del básquet Argentino, no tanto por la jugada en sí, sino por la magnitud del adversario: la de Espil contra Jordan, que bien podría ser la madre de la que conocemos hoy como "la flotadora", esa jugada fue estremecedora e inmortal.
El resultado fue 128-87, anecdótico, pero, a partir de allí, sería la Selección Argentina de Básquet una máquina de generar primeras veces contra los "Dream Team", por ejemplo: era la primera vez en el torneo, que un equipo le hacía más de 80 puntos a los estratosféricos jugadores americanos. También en ese partido, descubrí que los argentinos podían volcarla, aunque sus acciones me parecían simples e incluso hasta torpes, comparándolos con las acrobáticas y atléticas maniobras de los estadounidenses, como que no estaba en nuestro ADN, por eso las veía antinaturales, obviamente, desde mi perspectiva observadora de niño...
Poco tiempo después, apareció en mi casa un ejemplar de El Grafico con la crónica de aquel emblemático e histórico partido jugado en Portland. En una entrevista previa al choque, le consultaron en una nota de la mencionada revista a Michael Jordan acerca de si conocía algo de Argentina, tanto sea del básquet como de cualquier otra cosa, leí muy ansioso la respuesta buscando vaya a saber que palabras, cuando finalmente las líneas de abajo me abofetearon: “Argentina? Mmm, Maradona, Pescado, muy buen pescado” respondió...
Eso era todo lo que conocía de Argentina.
Debo admitirlo, a esa corta edad era mucho más sensible y a pesar del amor que sentía por Michael, me dolió mucho que mi gran ídolo no supiera nada más sobre Argentina, aunque con el paso del tiempo entendí lo lógico que era esto, lamentablemente. Un poco por la idiosincrasia de los norteamericanos, de que cuando se saben los mejores, no les interesa nadie más y otro poco porque no había nadie que pudiera hacerles sombra, así que poco interés podrían mostrar por el resto del mundo.
Sin embargo comenzó a crecer en mi un sentimiento o varios…
Era hasta  fastidioso pensarlo, un capricho casi infantil…
Era un sueño enterrado antes de soñarlo: sería imposible ganarles alguna vez a esos tipos.
El tiempo pasó, y mi pasión por el básquet crecía, siguiendo la NBA, los campeonatos de los Bulls, Jordan, Pippen y Rodman, los villanos se turnaban de acuerdo a las temporadas: Stockton y Malone, o Reggie Miller, o los Shaw Kemp y Gary Payton de los Sonics (tuve un banderín de una promoción de una reconocida marca de gaseosa de los 90 que aún conservo), Starks y Pat Ewing, Nick Van Exel, Eddie Jones, Dikembe Mutombo... El poster de Jordan en la pared mostraba que, al paso de los años, nada ni nadie pudo opacarlo. La irrupción de Shaquille, los Hardaway, la aparición de Kobe Bryant más la vigencia de los cracks anteriores, mantenía encendida la llama de mi fanatismo por el básquet y por esos monstruos. Mientras tanto, esa amarga y nostálgica sensación cada vez se hacía más dueña de mí, repitiéndose hasta al cansancio en mi cabeza: nunca podríamos ganarle a Estados Unidos jugando al Básquet, jamás, sería imposible.
Cuando buscaba las razones, podía llegar a algunas pobres conclusiones: por genética, por estado atlético natural, por capacidades… era imposible e inimaginable. Era su deporte, su mundo, uno aparte, los yankees eran de otro planeta jugando al básquet… incluso no daba veracidad a los que decían que había tipos de otros países jugando en la elite… ­­
Como podía ser esto posible si los mejores eran de allí?
Que era lo que podían ofrecer otros que ellos no tuvieran?

Mientras tanto, yo transitaba mi niñez por los caminos lógicos de la infancia, pero los deportes y espadas, tenian mi predilección por sobre cualquier otra cosa: jugaba al básquet, al futbol, al tenis... todo en el jardín del fondo de mi casa. Pero no, este no era un jardín común y corriente, no señor, era una especie de microestadio multipropósito que se transformaba en el escenario de uno u otro deporte de acuerdo a mis fanatismos momentáneos. Tenía un aro casero de hierro redondo, cuyo origen aun hoy es un misterio: él porque me lo hicieron, si me lo hicieron a mí, etc. El tablero era una plancha de madera rectangular que poco se parecía en tamaño y forma a un tablero real, pero poco me importaba. Sin dudas el básquet era una excelente noticia para mi abuela, dado que era el juego que menos conspiraba contra la supervivencia de sus plantas, los pelotazos jugando al futbol se cobraron numerosísimas víctimas verdes y bien podría haber sido objeto de escraches de activistas veganos
Ahora bien, había algo que me obsesionaba un poco y hacia que me sintiera incompleto: era el conseguir una red para el aro. El sonido de la pelota pasar por ese círculo sin el clásico sonido del roce con la red, le quitaba realismo a mis jugadas imaginarias, a mis fantasmales oponentes.
Fue primero una bolsa arpillera, que con sus múltiples filamentos se desgastaba en cada encestada, un mosquitero recortado para el propósito hasta que di con la gloria: la bolsa de red donde venía la cebolla. Era de color naranja, elástica y lo suficientemente fuerte como para agarrarla con pedacitos de cable al aro. Pasto, tierra y una pelota “Caprichito” naranja, (está bien, fueron varias y casi siempre pinchadas), cuando las pelotas eran realmente de plástico y de goma, se podían picar y no eran globos inmanejables como ahora. Nunca me gustó jugar con la pelota de futbol al básquet, es la realidad, pero tampoco tenía demasiadas opciones cuando la de plástico era imposible de picar por tantas pinchaduras.
¡Cuántas veces emule la jugada de Espil contra Jordan! Sin éxito, claro está. ¡Cuántos partidos de 10 minutos jugando contra mí mismo definiendo campeonatos de la NBA!!! Era un deporte que era para mí solo, ninguno de mis amigos profesaba algún sentimiento hacia el básquet, con lo cual, no tenía con quien compartir un picadito. El barrio donde nací y me crie, estaba lleno de clubes de básquet, pero eran inalcanzables dada la situación económica que pasaba mi familia.
Cuando aún mi abuelo tuvo fuerzas, me pateaba penales y tiros libres en la cocina de la casa, mientras yo emulaba al vasco Goycochea, aún vigente por sus hazañas del mundial 90. Y cuando terminaba de jugar al futbol, me iba con la pelota a tirar al aro. Mi abuelo se fue de este mundo y me dejo un gran amor al futbol, me explico por primera vez quien era Jordan, me dejó su amor por la historia, la lectura, la radio y por su compañera eterna.
Y llego la clasificación a los juegos de Atlanta 96, supe que accedimos a los juegos con un gran equipo jugando el preolímpico, pero, a decir verdad, yo lo empecé a ver en los juegos. Otra vez, iba a haber un Dream Team en los juegos Olímpicos, esta vez en Atlanta 96… pero atención: no estaban Jordan, Bird ni Johnson; aunque, a decir verdad, tampoco hacían falta: Charles Barkley, Shaquille O Neal, Reggie Miller, David Robinson, Scottie Pippen, Malone, Stockton, Payton… en fin, a pesar de las ausencias significativas de las leyendas, seguían siendo el equipo de ensueño. De otra galaxia. Y no va que en primera ronda le toca Argentina… Nosotros, otra vez a comernos una paliza, pensaba mientras me apostaba delante del televisor con no más expectativas que las de ver realizar acrobáticas jugadas a los norteamericanos. Mi mentalidad había cambiado un poco también, deseaba con todas mis fuerzas dar un golpe, que Argentina de el golpe, pero era un deseo tan infantil que incluso a esa edad igual no me tomaba en serio semejante hazaña. Sin embargo, me lleve otra enorme sorpresa: el partido empezó, y lejos de la exhibición, ¡USA no podía establecerse en el marcador como amplio dominante, e incluso, un corte de luz llego cuando argentina ganaba 15-13 promediando el primer cuarto!!! ¡De locos!!! De no creer, las malas lenguas luego decían que cortaron a propósito la luz para retar a los yankees y que se pongan a jugar en serio. No sirvió de mucho en ese primer tiempo: Argentina se iba al descanso solo dos abajo, dando los primeros síntomas para la receta vs los estadounidenses: Orden defensivo, agresividad y tiros de 3 puntos. El entrenador de la selección argentina era Guillermo Vecchio, y les dijo a los jugadores (algo que me enteré mucho después) “miren que no jugamos para sacarnos la foto eh”, los jugadores creían que estaba demasiado loco, pero al final del primer tiempo (en esa época se jugaban dos tiempos de 20 minutos) Argentina estaba abajo por dos con un increíble marcador de 44-42… hasta hicimos un alley-oop, les metimos tapones, ¡se la volcábamos! Impensado e ilógico desde la perspectiva de alguien que veía partidos de la NBA y de suerte tenía conciencia que existía básquet profesional en Argentina (culpa de la pobrísima difusión que siempre tuvo este deporte en este país). Nicola, Milanesio, el joven Wolkowiski, De la Fuente, Farabello, un jovencísimo Fabricio Oberto, todos gigantes, haciendo un partido que, sin paridad previa, sorprendía al mundo entero hasta allí. El marcador final fue 96-68, era la primera vez que un Dream Team no llegaba a superar 100 puntos… Charles Barkley, el simpático Barkley declaró luego de ese partido: “Equipos como este de Argentina, algún día nos pueden llegar a ganar. A los que nos quieran jugar de mala fe, los aplastaremos, pero un equipo que juegue al básquet, con respeto, así como Argentina, un día nos va a ganar, y estará bien”. Era maravilloso escuchar eso, aunque a la vez tan lejano imaginar una victoria contra esos monstruos, porque, hay una realidad… ¡como pensar siquiera que podíamos llegar a un final apretado contra esos tipos! Sin embargo, ya el básquet argentino daba una señal, pavadita de señal. Luego de ese partido, nos tocaba nada menos que Lituania, potencia mundial, con el gigante Arvydas Sabonis como emblema en un equipo poderoso. Les ganamos, dando al mundo un mensaje claro: Argentina tenía con que hacerle frente a las potencias mundiales, excepto a USA, obviamente. El torneo continuo, en lo que fue un gran aprendizaje para esos chicos y la posibilidad para chicos como yo, de seguir admirando a los norteamericanos, pero también, empezar a soñar en ser como “Espil” con el 10 en la espalda, o como “Nicola”, o como “Milanesio” …

Tahalion el bardo.

miércoles, 30 de enero de 2019

Cuento Infantil: "Escamas de Oro"




Escamas de Oro

Hace mucho tiempo, en algún rincón olvidado de la Europa medieval, había un pequeño pueblo gobernado por un noble rey que era muy amado por sus habitantes, su nombre era Oradel y su esposa, muy querida también, era la hermosa reina Seren. Estos reyes, debían emprender un largo viaje hacia un reino vecino, para asistir a la coronación de un nuevo monarca. Como la ceremonia iba a ser muy importante, todos los consejeros y emisarios coincidieron en que era necesario que vayan tanto el Rey como la Reina, así como también, podrían lograr acuerdos y tratados que beneficiaran a ambos reinos. Pero, antes de hacer este viaje, deberían decidir qué hacer con su hija, la princesa Melisa; sin duda, el viaje y la ceremonia resultarían muy pesados para la joven, por lo que sus padres deberían contemplar otras opciones. La princesa, ya era casi una adolescente, y cualquier decisión que tomasen no iba a ser fácil. Melisa era una jovencita muy inquieta y estaba tan llena de curiosidades, no le gustaba perder el tiempo en atender sus deberes reales como princesa… ¡En el palacio todo era tan aburrido! En cambio, en el mundo que la esperaba allí afuera, estaba lleno de aventuras.
El rey Oradel, creía que era la oportunidad de probar a Melisa como futura reina, a pesar de su juventud. En tanto que la reina Seren, su madre, pensaba que aún no estaba preparada para semejante tarea y prefería llamar a su hermana Berta, para que supervise al reino y a su hija en la ausencia de ambos.  Pasaron los días y a pesar de que no estaban del todo convencidos, coincidieron en que, finalmente, la mejor opción sería que Melisa reinara en ausencia de los reyes, o al menos que ella lo crea así, prometiendo que no metería en ningún lío al reino y con la ayuda de todos los consejeros y asesores del rey, mantendría la paz y el orden. La princesa, que no esperaba semejante tarea, escuchó todo con mucha atención y asintió con la cara muy seria, jurando que todo estaría igual al regreso de sus padres y que respetaría todo  aquello que los consejeros le dijeran para ayudarla.
A la mañana siguiente, Melisa despidió a sus padres en el puerto, que, no sin pena, subieron a un barco y se alejaron de la costa rumbo a un país que la princesa apenas conocía de nombre. A pesar de la tristeza que le provocaba la ausencia de sus padres, estaba muy entusiasmada por los días que tenía por delante como “Reina”. Melisa creía que no pasaría ningún sobresalto en su flamante tarea, es más, sentía que se aburriría muchísimo sin los juegos que siempre jugaba con su padre…el reino, hacia rato que vivía en paz y armonía, con pocos problemas por resolver, o al menos ella siempre lo recordó así, pero,
algo llegó para romper con esa tranquilidad…
Un informante del rey, llegó muy agitado un día a las puertas del palacio, diciendo que la gente del pueblo estaba muy intranquila, murmuraban nerviosas y decían que había un gran monstruo merodeando por las noches. Esto llamó mucho la atención de la princesa y pidió saber más. El mensajero, ya un poco más calmado, contó:- Algunos dicen que es un gran pájaro carnívoro, otros dicen que es un murciélago gigante, pero los que dicen haber visto luces rojas en la noche, afirman que se trata de un dragón y, por los restos humeantes que deja, lo llaman “Alas de Fuego”…
Un Dragón? Se preguntó la princesita, ella estaba segura que esas criaturas no existían, solo las nombraba su padre cuando le contaba cuentos y también estaba presente en algunos cuadros del palacio, pero nunca nadie había visto un Dragón de verdad, o al menos, nadie había vivido para contarlo…
Según hablaban muchos que juraban haberla visto, decían que esta bestia, aprovechaba las noches sin luna para salir de su cueva en las montañas, a buscar la comida que escaseaba en sus dominios, justo cuando todos estaban durmiendo en el poblado. Al día siguiente de las noches sin luna, encontraban árboles y pastizales quemados y piedras carbonizadas. También los pastores se quejaban de que les faltaban animales en los corrales y gallineros. No había dudas de que, todo eso, era causado por un Dragón.
Los habitantes finalmente decidieron ir a pedir ayuda a la princesa Melisa, que era ahora quien reinaba, pues la juzgaban como una jovencita muy valiente. La princesa consultó a los consejeros reales acerca de si debía recibirlos o no, estos le dijeron que el deber más importante de un rey, o reina en su caso, era escuchar al pueblo que gobernaba. Entonces, la princesa los recibió y los escuchó:
-Roba mis mejores gallinas! Exclamó uno, que trataba que no se le volasen las que llevaba bajo los brazos.
-Quema mis cosechas! Gritó otro con un saco de granos a cuesta.
-Asusta a los niños! Chilló una señora que estaba por el fondo mientras callaba a uno de sus hijos de un pellizco.
Entonces entendió, viendo las caras de miedo de los que estaban allí, que era muy importante el asunto, así que convocó a los caballeros más fuertes del reino para que vayan a derrotar al Dragón o a la bestia que estaba causando tanto terror en la gente. Los habitantes del reino, respondieron con aplausos y gritos de alegría la valiente decisión; Melisa sonrió muy satisfecha de sí misma. A los pocos días, docenas de caballeros se presentaron en el palacio dispuestos a correr el riesgo en la misión, dado que la recompensa era una gran bolsa de monedas de oro. Uno de los consejeros reales, selecciono diez de los guerreros que más fuertes parecían y partieron rápidamente a la aventura.
Pero días más tarde, regresaron los caballeros en forma muy distinta a como habían partido: algunos volvieron con heridas, otros con las espadas derretidas, los escudos ennegrecidos y los pelos chamuscados… si había sospechas sobre a lo que se iban a enfrentar, ahora no quedaban dudas: se trataba de Dragón.
Los consejeros reales, le dijeron a Melisa, que lo mejor que podía hacer, era esperar al regreso de sus padres, mientras mandaban guardias al pueblo para proteger a la gente. Seguramente los reyes sabrían que hacer con el asunto.
Pero la princesita no quería dejarlo así, su pueblo corría un gran peligro, durante un tiempo de pensarlo, se decidió: acudiría a la bruja blanca del bosque. Entonces, cuando terminó algunos de los deberes reales, fue al establo en secreto, ensilló a su caballo favorito y galopó hacia el bosque.
Esta bruja, no era de esas con vestidos negros harapientos, no usaba escoba ni sombrero puntiagudo, no, Milú, era una ancianita muy buena que conocía tanto a Melisa como a sus padres y abuelos. Era muy querida por la familia real y por muchos pobladores, porque Milú usaba su magia y sus poderes para ayudar a los que lo necesitaban y además había sido la niñera del rey.
Cuando la brujita vió a Melisa, se puso muy contenta y la saludó con mucho cariño. Sin embargo, la princesa estaba muy angustiada. La viejita se dio cuenta y luego de preguntarle que le pasaba y por qué estaba allí, la princesa le contó muy preocupada el problema con el dragón. Luego de escucharla, la brujita sonrío, pues sabía muchas cosas que la joven desconocía y le dijo: - Princesita, debes saber que ese Dragón, hace muchísimos años que está en esas montañas, él era el protector del reino y también mi ayudante. Gracias a su aspecto feroz, mantenía alejado a los enemigos que cuando lo veían volar, huían con terror- Milú hizo una pausa en su relato para sentarse en su vieja silla mecedora y continuó-Hay una Bruja Negra de un reino vecino, con la cual estoy enfrentada desde tiempos remotos, pues la magia negra nunca se lleva bien con la magia blanca: la de ella rompe y destruye, la mía repara y construye. Pues bien, esa bruja malvada, le lanzó un hechizo al dragón mientras dormía, así que empezó a salir de su cueva, pero ya no para montar guardia, si no para buscar otro tipo de alimento, antes solo comía roca, ahora por el hechizo, está ampliando sus gustos. Si no lo detienes princesita…
¡Las cosas pueden empeorar!-concluyó Milú.
La princesa estaba un poco asustada y sorprendida por la historia, y le dijo:- Los consejeros de mi padre, me han dicho que aguarde a que ellos regresen…- la brujita la interrumpió, tomándole la mano y mirándola con sus ojos grises como el cielo de una tarde de otoño:
- No hay tiempo princesa… y yo puedo ayudarte-.
Melisa, mirándola de reojo le preguntó: - Entonces ¿qué debo hacer para que el encantamiento se rompa y como es que podrás ayudarme? - . Milú todavía tenía poderes, pero estaba muy viejita para correr aventuras, pensó Melisa. La brujita se levantó y se acercó a la ventana.
-Princesa, debes tomar el camino que se extiende desde aquí a las montañas, más allá de los confines de este bosque- empezó a decir señalando con su dedo índice torcido y arrugado -En la más alta de ellas, justo la que está en el medio de los tres grandes picos, te darás cuenta que tiene un tenue color azul en su cima. De esa montaña, baja una pequeña corriente de agua. La recogerás con mucho cuidado en este frasquito que te doy. Esa agua es mágica, no es como la que bebes a diario. Luego, iras a la cueva del dragón y mientras duerme, derrámala en el pozo de donde él bebe-. La princesa trataba de recordar los pasos que la ancianita le había indicado para no olvidarse ningún detalle. Más allá de lo asombroso que le parecía la aventura, no podía evitar sentirse un tanto intranquila, entonces, le preguntó a Milú:
- ¿Y si el dragón bebe el agua y no se rompe el hechizo? - dijo, mientras pensaba las no tan asombrosas consecuencias.
La brujita entonces la tranquilizó: - Cuando el dragón tome el agua se despertará del encantamiento y deberás llamarlo por su nombre real, que es “Escamas de Oro”. Cuando escuche su nombre verdadero, te reconocerá y te obedecerá, quizás, hasta se haga tu amigo-. La princesa, algo más tranquila, se sintió entusiasmada por la idea de tener un dragón como amigo, pero no podía evitar seguir sintiendo un poco de miedo, aunque quisiera disimularlo. Antes de salir, la brujita Milú le entregó un collar con un amuleto de madera el cual, tenía grabada una vieja runa de protección: se lo debería poner para hacer que sus pasos no despertaran al dragón en la cueva.
A los pocos días, precisamente una mañana bien temprano, mientras todos aun dormían en el palacio, la princesa fue hasta el establo, montó a su caballo y partió hacia la montaña azulada. Llevaba con ella un pequeño bolsito donde tenía el frasco que la anciana bruja le había dado, una pequeña espada que descolgó sin que nadie la viera del salón de armas y un escudo redondo, aunque no sabía cómo usarlos, se sentía más segura. Y por supuesto, también el amuleto que Milú le había dado. Atravesó el bosque tal como la brujita le había indicado y una vez que salió de la arboleda, cuando ya era casi el mediodía, llegó a divisar las montañas a lo lejos, y pudo darse cuenta cuál era la que desprendía destellos de un tenue color azul. Cabalgó hacia ellas lo más rápido que pudo, escaló y escaló hasta que encontró la pequeña cascada que traía el agua que caía de la cima. Sacó el frasquito con forma de bola que la brujita Milú le había dado, la llenó y se dirigió hacia la cueva del dragón, que estaba a unos pocos kilómetros de distancia.
Finalmente llego hasta la entrada de la cueva, ató su caballo a un árbol, mientras miraba hacia adentro de la cueva, tratando de divisar alguna sombra, algún indicio de la bestia allí dentro, pero la oscuridad era total. Por fin, tomo coraje. Se repitió una y otra vez a sí misma no espantarse ni salir corriendo si veía al dragón, aunque lo que más la preocupaba, era que se le escapara algún grito que despertara al monstruo. Entonces, entró a la cueva y estaba tan oscuro, que tuvo que encender una antorcha con un truco de magia que le había enseñado la brujita. Cuando sus ojos se acostumbraron al resplandor del fuego, fue ahí cuando a unos metros delante suyo, vió al dragón en todo su esplendor, acostado en el piso, con su piel brillando dorada y hermosa…
Por suerte, aún dormía, roncaba sonoramente mientras le salían de la nariz unos graciosos anillitos de humo. Sintió un escalofrío por la espalda, pero no debía distraerse: tenía que encontrar el pozo donde estaba el agua que el dragón bebía, para poder echarle el líquido encantado.
Más allá del cuerpo de la bestia, Melisa divisó el reflejo del agua que buscaba. Se acercó lo más despacio posible, apretando los labios para que no se le escapara ni la respiración o algo que pudiera despertarlo, destapó el frasquito y lo vació en el estanque. Apenas cayó la última gota, corrió a esconderse en un rincón y apagó la antorcha.
Pasó un rato largo que a Melisa se le hizo eterno y el dragón aún no se despertaba. No podía esperar mucho más por que en cualquier momento mandarían a buscarla desde el palacio y todo sería en vano. Así que, desde su escondite, empezó a hacer ruidos molestos: estornudó, tosió, aplaudió… pero nada despertaba al dragón. A un costado, vio unas rocas, tomo una de ellas, bastante grande, se paró suavemente, se acercó a la cola y se la tiró y volvió corriendo a toda prisa a su escondite.
El dragón apenas sintió una cosquilla, pero abrió levemente sus ojos, miro a su alrededor y no vio más que oscuridad, entonces se echó a dormir nuevamente. Melisa recurrió a una piedra un poco más grande y acertó en su lomo. El dragón emitió un quejido y volvió a mirar a su alrededor, desperezándose se levantó y se fue a tomar el agua del estanque. Melisa ahora apenas podía ver lo que estaba pasando, pero en cuanto el dragón bebió el agua, un gran destello de luz azul iluminó la cueva.
Entonces, la princesa sintió que el hechizo estaba roto o al menos, eso esperaba.
Lentamente, salió de su escondite y casi con un susurro dijo: - Escamas de Oro, soy la princesa Melisa. La bestia se dió la vuelta y, aún en la oscuridad de la cueva, la encontró con la mirada. Durante un rato, la observó con sus enormes ojos amarillentos como estudiándola. Melisa empezó a creer que en cualquier momento se abalanzaría sobre ella a comérsela de un bocado o peor, le lanzaría una llamarada, pero, así y todo, sostuvo la mirada.
El dragón parpadeó y finalmente, con un gesto de reverencia, se inclinó ante ella. La princesa sintió como sus temores iban desapareciendo para sentirse ahora muy orgullosa, puesto que había liberado del hechizo al Dragón y a la vez, consiguió salvar a su pueblo.
Antes de partir, se propuso cumplir un deseo: le pidió al dragón si podía regresarla al palacio dado que era muy tarde, pero, si en vez de llevarla agarrada en una de sus potentes garras, podía montarlo como si de un caballo se tratara, solo que con él, galoparía por los aires.
Escamas de oro le permitió subir a su cuello, salió de la cueva y extendiendo las alas, se dirigió al castillo volando, mientras la princesa se agarraba feliz de las escamas doradas, que resplandecían con el brillo del sol del atardecer.
Y a partir de esa noche, el Dragón no volvió a asustar a la gente, ni a atacar a los animales del pueblo, ni a quemar árboles, ni a chamuscar soldados. Sus padres volvieron y se encontraron con todo en orden y en su lugar en el reino, como si nada hubiese pasado y agradecieron a la princesa y a los consejeros reales.
Pero, lo que no supieron sus padres, es que la princesa se guardó un secreto: en las noches sin luna, Escamas de Oro vuela desde su cueva hasta una de las terrazas del castillo a pasar un rato con la princesa Melisa, la lleva volando a dar una vuelta y cuando vuelven, comen carnes asadas con fuego de dragón.


F I N
…?

Tahalion el Bardo.

lunes, 28 de enero de 2019

Bienvenidos!

Bienvenidos viajeros, acercaos junto al fuego, cerrad los ojos y abrid vuestras almas, el viaje, apenas va a comenzar...